domingo, 22 de julio de 2012

HERMOSA REFLEXIÓN

Dijo Jesús a sus apóstoles: “No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar el hombre con su padre, a la hija con su madre, ala nuera con la suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa”. (Mt 10,14-11,1)

¡Vaya lío!
Uno esperaría que siguiendo a Jesús se solucionarían todos los problemas.
Y resulta que, fruto del seguimiento, todo se complica.

Todos empeñados en que en la familia haya paz, haya armonía, haya comprensión.
Y ahora, Jesús pareciera que viene a echarlo todo por tierra.
Seguirle a él crea tensiones, divisiones, enemistades.
El hijo con su padre.
La hija con su madre.
Y claro, no podía faltar, la nuera con la suegra.

El Evangelio une a los hombres.
Pero el Evangelio también crea divisiones.
El Evangelio crea armonía entre los hombres.
Pero el Evangelio también crea desacuerdos.

El Evangelio crea amistad entre los hombres.
Pero el Evangelio también crea enemistades.

¿Difícil de entender?
¿Será el Evangelio el problema?
¿No será más bien el corazón humano que no se deja cambiar por el Evangelio?
Porque el Evangelio:
Marca un estilo de vida, que no todos quieren compartir.
Marca un estilo de pensamiento, que no todos aceptan.
Marca un estilo de amar, que muchos ven imposible.
Marca unos valores, que muchos rechazan.
Marca unos ideales, que muchos quieren ignorar.
Marca unos valores absolutos y fundamentales que relativizan los mismos valores elementales de la vida.

Y cuando no se acepta esa radicalidad del Evangelio, comienzan los conflictos.
Hoy hablamos mucho de los “conflictos generacionales”:
Los padres que no entienden a los hijos.
Los hijos que no aceptan el modo de pensar de los padres.
Los padres que viven en “ayer”.
Los hijos que quieren vivir del “mañana”.
Sin embargo, el mayor “conflicto generacional” lo crea el mismo Evangelio:
Quien no acepta el Evangelio choca radicalmente con quien decide seguirlo.
Quien no cree en el Evangelio choca con quien sí cree y lo hace vida.
No entendemos el comportamiento de quien hace del Evangelio norma de vida.
No entendemos el comportamiento de quien no acepta nuestros valores.
No entendemos el comportamiento de quien decide vivir en otra clave de valores.
No entendemos el comportamiento de quien decide renunciar a ciertos intereses.

Y ahí está la clave de la desarmonía y ruptura entre las personas.
Podemos ser radicales en política.
Pero no radicales en nuestra fe.
Podemos ser radicales en nuestra increencia.
Pero no radicales en lo que creemos.
A la radicalidad la llamamos fundamentalismo.
A la radicalidad la llamamos fanatismo.
Podemos llamarnos y vivir como ateos.
Pero no se nos permite llamarnos y vivir como creyentes.
¿No recuerdan el lío que armó la prensa cuando la Ministra, creo que de la mujer, se declaró creyente y católica?
Si hubiese dicho que era atea, todo el mundo se hubiese quedado tranquilo.
Pero como se declaró “creyente”, “ahora legislará con criterios de fe”.
Y claro, eso está prohibido.
No está prohibido legislar como gnóstico, pero sí como creyente.

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