domingo, 22 de julio de 2012

La Incomodidad de ser cristiano y creer en Dios


Esto de ser cristiano y creer en Dios, ha pasado de ser una moda o una identificación geográfica de una zona del mapa a algo que con frecuencia resulta bastante incómodo, sobre todo cuando las cosas empiezan a ponerse menos fáciles a la hora de llevar esa proclama de Cristo.
En todas partes se nos pedía la palabra de esperanza, la afirmación que sostenga el optimismo, la alegría de que descubran horizontes claros. A la luz de su espíritu se vuelven los mejores espíritus. A nuestro modo profundo de vida y de creencia se convertían muchos hombres y mujeres sencillos de cientos de sitios, y de las más trabajadas culturas. Se nos persigue y se nos extirpa como a hierbas malas, pero de vitalidad increíble, en las tierras desgraciadas donde el odio ha ahogado a la libertad.
Si no estamos de moda, si no somos los portadores de la gran esperanza, de la palabra verdadera y de la firme alegría, ¿no será preciso que ahondemos en el alcance preciso de qué cosa somos, quiénes somos, cómo somos, cuánto hemos de dar de sí nosotros los cristianos?
Somos personas bautizadas que tenemos la fe de Cristo, la fe que es luz que ilumina nuestro entendimiento, guiado por la voluntad, para que se adhiera a la luz de la Palabra. Para que esta fe, que es raíz y cimiento de la justificación, se despliegue en todas sus virtualidades y alcance su plenitud salvadora, es preciso que obre por el amor. Fe y obras. Y no una fe cualquiera, sino la fe de Cristo, precisamente la de Cristo y no otra ninguna. Porque en el mundo y a lo largo de la historia hay, y ha habido, y habrá muchas creencias, muchas religiones. Pero el Verbo es sólo uno, como uno solo es también el Santo Espíritu, y una sola es la Revelación, y una sola la Iglesia, y una sola la Verdad, y una sola la Ley, y una sola la Vida. Un único Cristo tenemos los hombres, y con El, por El y en El somos y seremos salvados. Esto, y no otra cosa, es ser cristiano.
            El cristiano vive en el mundo y está influenciado por el; y a pesar de éstas influencias debe comportarse como tal, sin encogerse de hombros y desinteresarse de cuanto ocurre a su alrededor. No comportarse como si viviera en una nube, no enterándose de lo que pasa, o, enterándose, hacer como si no se enterara. Si cuando miramos a nuestro Santo Cristo de la Antigua, a nuestra Cruz, a nuestra Medalla, creemos realmente en Dios, debemos sentirnos responsables ante El cumpliendo con nuestro deber y debiendo tener presente que esa creencia nos impone una serie de obligaciones y responsabilidades que, en caso contrario, no hubiéramos tenido.
Y es ahí donde está la incomodidad. En que el cristiano no tiene otra alternativa que la de dar con sus obras testimonio de su fe. Esas obras son intransferibles y tenemos que responder de ellas tanto si la hacemos como si no. Tampoco son las que nos afectan a nosotros mismos sino también las que afectan a los demás. El cristiano de hoy no debe encerrarse en sí mismo y despreocuparse del exterior, ser un mero espectador de lo que el resto hace o quedarse al margen de lo que ocurra.
El que cree firmemente en la Justicia, la Paz y la Libertad y es un ser comprometido está obligado a defender, tomar partido y pronunciarse para preservar esos valores morales; y ya no podrá ser escéptico, ni indiferente, ni cínico. No podrá abstenerse ni permitir, como parece que está ocurriendo con muchos de nuestros representantes que, basándose en la legitimidad de los votos, impongan la ley de su equivocación, de su capricho o de su lucro. Tampoco deberá tolerar a los que se encuentran en los entramados de los distintos poderes que hoy existen, ya sea político, social, económico o religioso, y que propagan la confusión, la mentira o la división.
Hay que luchar. Y por ello los cristianos, cueste lo que cueste, estamos obligados a enfrentarnos con la injusticia, a decir la verdad y a dar la cara cuando sea necesario para preservar la doctrina de Dios y los principios del derecho cristiano. Es incómoda la lucha del cristiano que cree realmente en Dios, sobre todo, porque sabemos que podemos perder; y aunque se gane, lo más seguro es que no escapemos sin sufrir, o con alguna herida que puede ser dolorosa y grave. Los cristianos puede que fallemos alguna vez, porque el espíritu en ciertos momentos es débil, pero lo que no podremos hacer nunca es amoldarnos cómodamente la conciencia, y fabricarnos la idea de que todo esto que pasa delante de nuestras narices no va con nosotros.

Antonio Durán Azcárate.2006

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