domingo, 13 de enero de 2013

NUESTRO SEÑOR JESÚS, ES BAUTIZADO POR JUAN. (Visión de la beata Ana. C. Emmerich)


Los nueve discípulos de Jesús, que en los últimos tiempos estaban con Él, acercáronse a la fuente y permanecieron en el borde. Jesús dejó en la tienda su manto, su faja y su vestido de lana amarilla abierto por delante y cerrado con cintas, una banda de lana más angosta cruzada sobre el pecho, que alzaba sobre la cabeza por la noche o en la intemperie, y quedó con un vestido oscuro, con el cual salió de la tienda, para entrar en el agua, donde, por la cabeza, se quitó también esta prenda de vestir. Tenía, dentro del agua, sólo una banda desde la mitad del cuerpo a los pies. Todos sus vestidos los recibió Saturnino, el cual se los pasó a Lázaro, que estaba al borde de la fuente.
Jesús bajó a la fuente, donde quedó cubierto por las aguas hasta el pecho. Con la mano izquierda se asió a la palmera y puso la derecha en el pecho, mientras la faja blanca flotaba sobre las aguas. Juan estaba en la par¬te. Sur de la fuente; tenía en la mano un recipiente de borde ancho del cual salía el agua por tres aberturas. Se inclinó, tomó agua con el recipiente y la vertió en tres líneas sobre la cabeza del Salvador. Una línea de agua cayó sobre la parte anterior de la cabeza y la cara; otra, en medio de la cabeza, y la tercera en la parte posterior. No recuerdo bien las palabras que dijo Juan al bautizar, pero fueron más o menos éstas: "Jehová, por medio de los Serafines y Querubines, derrame su bendición sobre Ti, con ciencia, inteligencia y fortaleza". No recuerdo bien si fueron estas tres últimas palabras; pero eran tres gracias o dones para el espíritu, el alma y el cuerpo, y allí estaba contenido todo lo que cada uno necesita para presentar al Señor un espíritu, un alma y un cuerpo renovados.
Mientras Jesús salía fuera del agua, los discípulos Saturnino y Andrés, que estaban a la derecha del Bautista, sobre la piedra triangular, sostenían una tela, que pusieron sobre Él para que se secara, y una túnica blanca y larga. Al detenerse Jesús sobre la piedra triangular roja, a la derecha de la entrada de la fuente, pusieron sus manos sobre sus hombros, y Juan sobre su cabeza. Hasta entonces se ponía a los bautizados sólo un paño pequeño; pero des¬pués del bautismo de Jesús se usó otro más extenso.

LA VOZ DEL PADRE, DESPUÉS DEL BAUTISMO
Cuando estaban por subir las gradas para salir de la fuente se oyó la voz de Dios sobre Jesús, detenido solo en la piedra en oración. Llegó co¬mo una ráfaga de viento desde el cielo y un trueno; de modo que todos los presentes se atemorizaron y miraron hacia arriba. Descendió una nube blan¬ca luminosa, y yo vi una figura alada sobre Jesús, que le llenó como un to¬rrente. He visto el cielo abierto, y vi la aparición del Padre celestial en for¬ma y rostro común, y oí la voz que resonaba: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias". Era una voz como dentro del trueno. Jesús estaba completamente rodeado de luz y apenas se le podía mirar: su rostroera transparente. He visto ángeles en torno de Él.
A cierta distancia, sobre las aguas del Jordán, vi a Satanás en figura oscura, como nube negra, donde se agitaba una confusión de sabandijas y de reptiles de todas clases: era la representación de cómo todo lo malo, todo lo pecami¬noso, todo lo ponzoñoso de la región se concentraba allí, en su origen, huyendo de la presencia del Espíritu Santo que se había difundido en Jesús. Era algo espantoso y horrible, que contrastaba mejor con la claridad y la luz que se difundía en torno de Jesús y del lugar del bautismo. La misma fuente brillaba hasta el fondo; todo estaba como transfigurado. Se veían las cuatro piedras, sobre las cuales había estado el Arca de la Alianza, resplandecer con brillo de regocijo en, el fondo de la fuente, y en las doce piedras donde habían estado los levitas aparecieron ángeles en oración, porque el Espíritu de Dios había dado testimonio delante de todos los hombres sobre
Aquél que debía ser la piedra viva, la piedra preciosa elegida, la piedra angular de la Iglesia. De este modo nosotros debemos, como piedras vivas, formar un edificio espiritual y un espiritual sacerdocio, para poder ofrecer a Dios sacri¬ficios aceptables, como sobre un altar, por medio de su Hijo divino en quien sólo encuentra sus complacencias.

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