Juan Pablo II y el Santo Rosario (XII)
CAPÍTULO II: MISTERIOS DE CRISTO, MISTERIOS DE LA MADRE
De los 'misterios' al 'Misterio':
el camino de María
24. Los ciclos de meditaciones
propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero llaman la
atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento
de Cristo, que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico.
Cada rasgo de la vida de Cristo, tal como lo narran los Evangelistas, refleja
aquel Misterio que supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 19). Es el
Misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside
toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Por eso
el Catecismo de la Iglesia Católica insiste tanto en los misterios de
Cristo, recordando que «todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio». El «duc
in altum» de la Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los
cristianos de alcanzar «en toda su
riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en
el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3). La Carta a los
Efesios desea ardientemente a todos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que,
arraigados y cimentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que
excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud
de Dios» (3, 17-19).
El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para
abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María.
Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de
escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de
la inseparable relación que une Cristo con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los
misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente,
por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave
María las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos
impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su
corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42).
Misterio de Cristo, 'misterio' del
hombre
25. En el testimonio ya citado de 1978 sobre el Rosario como mi
oración predilecta, expresé un concepto sobre el que deseo volver. Dije
entonces que « el simple rezo del
Rosario marca el ritmo de la vida humana ».
A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios
de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica
del Rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera
vista. Quien contempla a Cristo
recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el
hombre. Ésta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que
tantas veces he hecho objeto de mi magisterio, a partir de la Carta Encíclica Redemptor
hominis: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el
misterio del Verbo Encarnado». El
Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual
«recapitula» el camino del hombre, desvelado y redimido, el creyente se sitúa
ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el
carácter sagrado de la vida, mirando la casa de Nazaret se percata de la verdad
originaria de la familia según el designio de Dios, escuchando al Maestro en
los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de
Dios y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor
salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta
a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por
el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del
hombre.
Al mismo tiempo, resulta natural presentar en este encuentro con
la santa humanidad del Redentor tantos problemas, afanes, fatigas y proyectos
que marcan nuestra vida. «Descarga en el
señor tu peso, y él te sustentará» (Sal 55, 23). Meditar con el Rosario significa poner
nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre.
Después de largos años, recordando los sinsabores, que no han faltado tampoco
en el ejercicio del ministerio petrino, deseo repetir, casi como una cordial invitación dirigida a todos
para que hagan de ello una experiencia personal: sí, verdaderamente el Rosario
« marca el ritmo de la vida humana », para armonizarla con el ritmo de la
vida divina, en gozosa comunión con la Santísima Trinidad, destino y anhelo de
nuestra existencia.
(Juan Pablo II, Extractos de la Carta Apostólica Rosarium Virgnis Mariae,
Cap. II, Nº 24 y 25)
(Fuente: Cruzada Mariana)
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