Juan Bautista un gran hombre
Juan bautiza a quienes le hacen caso y quieren cambiar. Hoy te invita a que cambies tu.
Autor: Archidiócesis de Madrid | Fuente: Archidiócesis de Madrid
La madre, Isabel, había escuchado no hace mucho la encantadora
oración que salió espontáneamente de la boca de su prima María y que
traía resonancias, como un eco lejano, del antiguo Israel. Zacarías, el
padre de la criatura, permanece mudo, aunque por señas quiere hacerse
entender.
Las concisas palabras del Evangelio, porque es así de
escueta la narración del nacimiento después del milagroso hecho de su
concepción en la mayor de las desesperanzas de sus padres, encubren la
realidad que está más llena de colorido en la pequeña aldea de Zacarías e
Isabel; con lógica humana y social comunes se tienen los
acontecimientos de una familia como propios de todas; en la pequeña
población las penas y las alegrías son de todos, los miedos y los
triunfos se comparten por igual, tanto como los temores. Este nacimiento
era esperado con
angustiosa curiosidad. ¡Tantos años de espera! Y ahora en la
ancianidad... El acontecimiento inusitado cambia la rutina gris de la
gente. Por eso aquel día la noticia voló de boca en boca entre los
paisanos, pasa de los corros a los tajos y hasta al campo se atrevieron a
mandar recados ¡Ya ha nacido el niño y nació bien! ¡Madre e hijo se
encuentran estupendamente, el acontecimiento ha sido todo un éxito!
Y
a la casa llegan las felicitaciones y los parabienes. Primero, los
vecinos que no se apartaron ni un minuto del portal; luego llegan otros y
otros más. Por un rato, el tin-tin del herrero ha dejado de sonar. En
la fuente, Betsabé rompió un cántaro, cuando resbaló emocionada por lo
que contaban las comadres. Parece que hasta los perros ladran con más
fuerza y los asnos rebuznan con más gracia. Todo es alegría en la
pequeña aldea.
Llegó el día octavo para la circuncisión y se le
debe poner el nombre por el que se le nombrará para toda la vida. Un
imparcial observador descubre desde fuera que ha habido discusiones
entre los parientes que han llegado desde otros pueblos para la
ceremonia; tuvieron un forcejeo por la cuestión del nombre -el clan
manda mucho- y parece que prevalece la elección del nombre de Zacarías
que es el que lleva el padre. Pero el anciano Zacarías está inquieto y
se diría que parece protestar. Cuando llega el momento decisivo, lo
escribe con el punzón en una tablilla y decide que se llame Juan. No se
sabe muy bien lo que ha pasado, pero lo cierto es que todo cambió. Ahora
Zacarías habla, ha recuperado la facultad de expresarse del modo más
natural y anda por ahí bendiciendo al Dios de Israel, a boca llena,
porque se ha dignado visitar y redimir a su pueblo.
Ya no se
habla
más del niño hasta que llega la próxima manifestación del Reino en la
que interviene. Unos dicen que tuvo que ser escondido en el desierto
para librarlo de una matanza que Herodes provocó entre los bebés para
salvar su reino; otros dijeron que en Qunram se hizo asceta con los
esenios. El oscuro espacio intermedio no dice nada seguro hasta que «en
el desierto vino la palabra de Dios sobre Juan». Se sabe que, a partir
de ahora, comienza a predicar en el Jordán, ejemplarizando y gritando:
¡conversión! Bautiza a quienes le hacen caso y quieren cambiar. Todos
dicen que su energía y fuerza es más que la de un profeta; hasta el
mismísimo Herodes a quien no le importa demasiado Dios se ha dejado
impresionar.
Y eso que él no es la Luz, sino sólo su testigo.
"Quien me reconocerá delante a los hombres, también yo lo reconoceré delante a mi
Padre que está en los cielos".
La obra de la redención, el
triunfo del Reino Amor sobre el de las tinieblas se realiza en medio de
la pobreza y de la persecución. Así llevó a cabo su misión el mismo
Cristo, así cumplió su misión también Juan el Bautista. A los ojos del
mundo parece un derrotado: prisionero, aborrecido por los poderosos
según el mundo, decapitado, sepultado.
Y sin embargo, es
precisamente ahora, cuando la semilla que cae en tierra y muere,
comienza a dar sus frutos. Esta derrota aparente es tan solo la
antesala, el preludio de una victoria definitiva: la de la Resurrección.
Entonces le veremos y ésa será nuestra gloria y nuestra corona.
Nuestra
vida de cristianos, si es una auténtico seguimiento de Cristo, es una
peregrinación "en medio de las persecuciones del mundo y de los
consuelos de Dios". Sí, llegan los
ataques, las calumnias, las persecuciones... pero ellos son sólo una
señal de que vivimos el amor, animados por el Espíritu Santo.
Pero,
si somos de Dios, si Dios nos ama y somos su pueblo... ¿Qué otra cosa
importa? Él nos ama y nos quiere ver semejantes a su Hijo, como una
hostia blanca dorándose bajo el sol. Sólo nos toca abandonarnos
confiadamente entre sus manos, para que así pueda transformarnos en
Cristo.
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