martes, 16 de julio de 2013

Una estupenda reflexión sobre "el mal menor"

EL MAL MENOR POLITICO... TACTICA MAQUIAVELICA DEL LIBERALISMO \\



 Quisiera decir algo católicamente correcto sobre el concepto de “mal menor”. Y explicar que
 una cosa es la lícita doctrina moral del mal menor y otra más discutible la táctica política de
l mal menor. La táctica política malminorista es, desde hace doscientos años, seña de
 identidad del llamado catolicismo liberal, una ideología que ha pretendido conciliar la Verdad
 que predica la Iglesia con el relativismo y el naturalismo. Soy consciente de que
 muchos católicos sinceros siguen confiando en las tácticas maquiavélicas del mal menor y del
 voto útil tal vez porque no acaban de descubrir otra que les convenza. Después de pensarlo
 un poco les diré mi opinión: que hacer propuestas malas sabiendo que son malas y
 esperando con ello evitar el triunfo de propuestas peores suena, cuando menos, bastante
 inmoral. Y además es ineficaz.


La doctrina moral del Mal Menor

Los buenos filósofos explican que el mal no tiene entidad propia porque sólo es ausencia de
 bien. El mal menor pues no es más que carencia de bien. Y en este sentido mal menor es
 exactamente lo mismo que bien mayor. Como en el ejemplo de la botella
 “medio llena”o “medio vacía”sabemos que el nivel puede cambiar a más o a menos. 
Sabemos que diversas limitaciones internas o externas nos alejan siempre de la 
perfección individual y social. Por eso la doctrina del mal menor, que exige procurar 
siempre el mayor bien posible y evitar el mal en lo posible, es válida siempre. Ante 
una elección -suponiendo que nuestra única responsabilidad sea elegir- no existe otra 
posibilidad de rectitud ética que elegir lo mejor. Y si todo es malo hay que elegir el mal 
menor. Y no estará de mas convenir que en ciertos casos el negarse a elegir, es decir, la 
abstención, aún siendo un mal, puede ser el verdadero mal menor que estamos buscando.
 Todo ello suponiendo -insisto- que nuestra única responsabilidad sea elegir. La cosa 
cambia, como veremos, si nuestra responsabilidad no es elegir, sino hacer, o proponer. Al
 fin y al cabo vivimos en una sociedad plural en la que tenemos el deber de participar. ¿Se 
satisfará ese deber con la mera elección pasiva del mal menor? Si el llamamiento es a 
participar, a hacer, a construir, habrá que HACER el bien.

La táctica política del Mal Menor

La táctica política del mal menor ya no se limita al momento electoral, pues consiste en 
proponer unos males (menores) para evitar que triunfen otros males (mayores). Es la
 tentación política que nos acosa cuando tenemos la responsabilidad de hacer propuestas.
 Y llegados a este punto he llegado a una conclusión: desde el punto de vista ético nunca
 puede ser lícito proponer un mal, aunque éste sea menor.
He aquí algunos argumentos de por qué no es bueno el malminorismo:

- Porque la doctrina católica es clara al respecto cuando afirma que la conciencia ordena
 “practicar el bien y evitar el mal”(Cat. 1706 y 1777), que no se puede “hacer el mal”
si se busca la salvación (Cat. 998) y que “nunca está permitido hacer el mal para 
obtener un bien”. (Cat.1789)

- Porque la responsabilidad de los laicos católicos no puede limitarse a elegir 
pasivamente entre los males que los enemigos de la Iglesia quieran ofrecer, sino que
 debe ser una participación activa y directa, “abriendo las puertas a Cristo”.

- Porque el mal menor pretende asignar a los católicos un papel mediocre y pasivo 
dentro del nuevo sistema “confesionalmente aconfesional”.

- Porque el mal menor convierte en cotidiana una situación excepcional.

- Porque una situación de mal menor prolongada hace que el mal menor cada vez sea 
mayor mal. Los males “menores”de nuestros días pesan demasiado como para 
no evidenciar un enfrentamiento radical con el Evangelio: el individualismo, la 
relativización de la autoridad, el primado de la opinión, la visión científico-racionalista
 del mundo... principios que se manifiestan en la pérdida de fe, la crisis de la familia,
 la corrupción, la injusticia y los desequilibrios a escala mundial, etc.

- Porque la táctica del mal menor se ha demostrado ineficaz en el tiempo para alcanzar 
el poder o reducir los males.

- Porque es preciso exponer en su integridad el mensaje del Evangelio ya que “donde el 
pecado pervierte la vida social es preciso apelar a la conversión de los corazones y 
a la gracia de Dios”(...) y “no hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio”(Cat. 1896)

- Porque la propuesta de un mal por parte de quien debiera proponer un bien da lugar
 al pecado gravísimo de escándalo que es la “actitud o comportamiento que induce a otro
 a hacer el mal”).
(Cat. 2284). A este respecto es muy clara la enseñanza de Pío XII: “Se hacen culpables 
de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación 
de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a condiciones sociales que, 
voluntaria o involuntariamente hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana
 conforme a los mandamientos (...) Lo mismo ha de decirse (...) de los que, manipulando 
la opinión pública la desvían de los valores morales”. (Discurso de 1/6/1941.
Recogido en: Cat. 2286).

- Porque un mal siempre es un mal y “es erróneo juzgar la moralidad de los actos 
considerando sólo la intención o las circunstancias”(Cat. 1756).

Cómo nace el Mal Menor

Históricamente, la táctica política del mal menor nace en la Europa cristiana postrevolucionaria
 de la mano de dos movimientos políticos católicos: el catolicismo liberal y la democracia 
cristiana. Es complicado desentrañar los motivos que llevan a sus promotores a adoptarla en
 la teoría. Y son contradictorios los hechos y las decisiones adoptadas en la práctica. No entraré 
a juzgar la intención. En muchas ocasiones los malminoristas han sido hombres de iglesia,
 católicos inquietos por los avances de la revolución y deseosos de hacer algo en un 
contexto de debilidad de la respuesta católica a la revolución liberal.

Se puede llegar al malminorismo por diversos motivos que se superponen y entremezclan:

- Por “contaminación”del pensamiento revolucionario y el deslumbramiento ante la aparente 
perfección de las nuevas ideologías. Buscando, por ejemplo, el compromiso de la Iglesia con
 una forma política concreta (nacionalismo, parlamentarismo, democracia de partidos, etc.)

- Por exageración de los males del Antiguo Régimen y su identificación con la misma Doctrina 
Católica.

- Por cansancio en la lucha contrarrevolucionaria, por el acomodo conservador de quienes están
 llamados a la valentía.

- Por una derrota bélica de las políticas católicas, o tras un período intenso de persecución religiosa.

- Por una aparente urgencia de transacción con los enemigos de la Iglesia a fin de que, al menos,
 sea tolerada por unas autoridades hostiles una mínima labor apostólica.

- Por maniobras de partidos revolucionarios que intencionadamente procuran sembrar dudas y
 división entre los católicos.

- Por la carencia de verdaderos políticos católicos lo cual anima la intromisión del clero en la 
política concreta.

- Por la misma intromisión clerical en el juego político lo que a su vez retrae de la participación a
 unos y desautoriza la labor independiente -y tal vez discrepante en lo contingente- de otros laicos.

- Por ingenuidad de los católicos que confían sin garantías en las reglas del juego establecidas
 por los enemigos de la fe.

- Por una sobrevaloración del éxito político inmediato olvidando que, como dice el catecismo: 
“el Reino no se realizará (...) mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un
 progreso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal”.
 (Cat. 677)

- Por una creciente desorientación y falta de formación del pueblo católico que genera pesimismo
 o falta de fe en la eficacia salvadora de los principios del Derecho Público Cristiano.

- Por un enfriamiento en la fe y la religiosidad. Porque sin ayuda de la gracia es muy difícil “acertar 
con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que,
 creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava”. (Centesimus Annus, 25. En Cat. 1889)

Cómo ha evolucionado la táctica del Mal Menor

La táctica del mal menor no se ha introducido de golpe en ningún momento. Lo ha hecho
 de forma progresiva (a peor) a lo largo de los dos últimos siglos. En la historia política 
de los países europeos se podrían identificar las siguientes situaciones:

- En un primer momento, tras el choque violento de la revolución, y argumentando el 
accidentalismo de la Iglesia (que corresponde a la institución pero no a los laicos), los
 malminoristas toleran, consienten y hasta promueven la disolución de estructuras 
políticas y sociales tradicionales (monarquía, gremios, instituciones religiosas, bienes
 comunales, etc.) que eran de hecho un freno a la revolución.

- Paralelamente a la secularización de la política y por un cierto maquiavelismo, empiezan
 a omitir los argumentos religiosos a la hora de hacer propuestas con la ilusión de captar 
así el apoyo de los no católicos. Algunos llegan a afirmar como justificación para no 
hablar de la Redención que “la doctrina cristiana es más importante que Cristo”lo cual 
no deja de ser puro pelagianismo.

- El paso siguiente en la táctica malminorista es el intento de unión de los católicos 
en torno a un programa mínimo pero no para presentar una alternativa al nuevo 
régimen sino para integrarse mejor en él con la idea de “cambiarlo desde dentro”. Para ello
 se procura el desprestigio de otros políticos y tácticas católicas marginales.

- Un recurso frecuente en los malminoristas es tratar de ganar la simpatía de la jerarquía
 mediante promesas de “paz y reconciliación”que permitan la reconstrucción material de las
 Iglesias y el mantenimiento regular del culto. Se trata de un intento desesperado de salvar
 “lo que se pueda”, de tentar a la jerarquía de la Iglesia con una dirección política que no
 le es propia. Que podría ser algo excepcional, pero no la tónica habitual de participación 
política católica.

- En ocasiones son los propios obispos o miembros del clero quienes promueven grupos 
políticos en esa línea con una mentalidad puramente defensiva de la Iglesia. Esta intromisión
 empobrece la acción política de los católicos, la hace “ir a remolque”de las propuestas 
revolucionarias, y compromete a la Iglesia con soluciones políticas legítimas pero opinables. 
Cuando alguien propone hacer acción social, como lo hizo en España un influyente obispo,
 “para que no se nos vayan los obreros de la Iglesia”está falseando la finalidad de la 
verdadera acción social, que no puede ser un mero instrumento de catequesis, sino un deber
 de justicia y responsabilidad de los laicos.

- El caso del Ralliement propuesto por León XIII, que envalentonó aún más a los enemigos 
de la Iglesia en Francia, o la verdadera traición de ciertos obispos mexicanos a los 
católicos cristeros, milagrosamente perdonada por el pueblo fiel, son dos ejemplos 
de las nefastas consecuencias a las que puede llevar el malminorismo. En este sentido
 la claridad del Concilio Vaticano II al exigir la abstención del clero de toda actividad 
política representa una rectificación importante. Es preciso reconocer que el empeño cobarde 
de algunos cristianos por buscar la mera supervivencia material de la Iglesia, la “añadidura”,
 ha sido un anti-testimonio escandaloso. Es un escándalo que quienes dicen con el Evangelio
 “Buscad el Reino de Dios y su justicia...”olviden que el mal moral es “infinitamente más 
grave”que el mal físico. (Cat. 311)

- Más recientemente y coincidiendo con la euforia previa al Concilio Vaticano II se procuró la
 disgregación de partidos, asociaciones, instituciones y estados católicos con la idea de 
potenciar una especie de “guerra de guerrillas”que pudiera conquistar así la opinión pública
 y llegar a todos los rincones del entramado social. Los resultados están a la vista: no 
sólo se han debilitado o extinguido las antiguas herramientas sino que además no ha
 surgido esa nueva”guerrilla”y no se ha conquistado nada nuevo -o poco- que no fuera ya 
católico.

- El último paso del malminorismo y la demostración palpable de su maquiavelismo es la 
justificación del voto útil lo que, paradójicamente, contradice el mal menor porque 
propugna que se vote no ya al menos malo, sino a la opción que tenga mayores
 posibilidades de triunfo, aunque sea peor que otras opciones con menos posibilidades.

La ineficacia del Mal Menor

Al analizar la génesis y desarrollo de las tácticas malminoristas, en ningún caso condeno 
aquí la intención de quienes las han apoyado o apoyan. Simplemente quiero constatar 
algunas razones que expliquen por qué el malminorismo nunca consigue lo que se propone. 
No consigue reducir el mal mayor:

- Porque las energías que debían gastarse en proponer bienes plenos se gastan en 
proponer males menores.


- Porque es una opción de retirada, pesimista, en la que el político católico esconde
 sus talentos por temor, o por falsa precaución.

- Porque la táctica del mal menor predica la resignación; y no precisamente la resignación
 cristiana, sino la sumisión y la tolerancia al tirano, a la injusticia y al atropello.
 Con tácticas malminoristas nunca se habría decidido el alzamiento español de 1936, ni
 habría caído el muro de Berlín. No habría habido Guerra de la Independencia Española,
 ni insurgencia católica en la Vendée, ni Carlistas en España, ni Cristeros en México. 
Y tal vez ninguna oposición habría encontrado el avance islámico por Europa. No 
habrían existido ni Lepanto, ni Cruzadas, ni Reconquista.

- Porque el mal menor se presenta como una forma inteligente de favorecer económica 
y físicamente a la Iglesia olvidando que la mayor riqueza de la Iglesia -su única riqueza- 
es el testimonio de la Verdad, testimonio que si sigue hoy vivo es gracias a la sangre de
 los mártires.

- Porque hay ejemplos sobrados en los que el triunfo del malminorismo ha dado el poder
 a partidos que reclamando el voto católico han amparado, y eso ha pasado en media
 Europa, una legislación anticristiana (divorcio, aborto, etc.).

En definitiva, el malminorismo no ha sido derrotado nunca porque en sí mismo es una
 derrota anticipada, una especie de cómodo suicidio colectivo. Es el retroceso, la postura 
vergonzante y defensiva, el complejo de inferioridad. Defendiendo una táctica de 
mal menor, los cristianos renuncian al protagonismo histórico, como si Cristo no 
fuese Señor de la historia. Se creen maquiavelos y sólo son una sombra en retirada. 
Niegan en la práctica la posibilidad de una doctrina social cristiana, y niegan la evidencia
 de una sociedad que, con todas sus imperfecciones, ha sido cristiana. El malminorismo
, contrapeso necesario de una revolución que en el fondo es anticristiana, ha fracasado
 siempre, desde su mismo nacimiento.

En cambio, la historia de la Iglesia y de los pueblos cristianos está llena de hermosos
 ejemplos en los que el optimismo -o mejor, la esperanza cristiana-, nos enseña que
 es posible, con la ayuda de Dios, construir verdaderas sociedades cristianas. La política
 cristiana no ha fracasado en la medida en que todavía hoy seguimos viviendo de las
 rentas de la vieja cristiandad occidental.

Conclusiones

Es alentador comprobar que, gracias a Dios, los errores filosóficos o teológicos, cuando
 se concretan en movimientos y personas, siguen adelante en medio de felices incongruencias,
 acuciados por la realidad de las cosas. Raras veces llegan a desarrollar las últimas 
consecuencias de sus principios. Por eso el resultado de una acción política, aunque
 parta de unos principios erróneos, es incierto y sorprendente. “Dios creó un mundo
 imperfecto, en estado de vía”. (Cat. 310) y ni siquiera el acceso al gobierno político de
 personas santas podría eliminar todas las imperfecciones de este mundo.

Una vez reconocida esta tremenda limitación de la realidad política, nuestra responsabilidad
 de laicos católicos no puede ser la resignación ante un mundo imperfecto, sino la lucha y la
 aventura por procurar el acercamiento a ese ideal de perfección que propone también a un
 nivel social el Evangelio. Aquí radica el verdadero y sano pluralismo que debe existir entre
 los católicos, porque sin reconocer cierto “derecho a la equivocación”será imposible rectificar
 y mejorar.

La Doctrina de la Iglesia está pidiendo a los laicos católicos una participación activa en la
 vida política, solos o acompañados. Todo llamamiento a la unidad entre los católicos no
 puede exigir mas que una unión en los principios pre-políticos, es decir, en torno a una 
misma idea de bien común. Y esa acción política católica es responsabilidad exclusiva de 
los laicos, no de la Institución jerárquica. Laicos solos, o laicos agrupados. Pero laicos.

En cuanto a los conceptos de mal menor y voto útil, estas son mis conclusiones:

- El mal menor como doctrina moral es siempre válido si nuestra responsabilidad es 
exclusivamente la elección.

- El mal menor como táctica política nace en la Europa postrevolucionaria en un contexto
 de debilidad de las opciones políticas cristianas.

- La táctica del mal menor es pesimista e ineficaz.

- La táctica política del voto útil es puro maquiavelismo político y aunque aparentemente
 contradice la táctica del mal menor es en realidad una vuelta de tuerca en una misma
 concepción que esteriliza la acción política de los laicos católicos.



F. Javier Garisoain Otero
Secretario General de la Comunión Tradicionalista Carlista

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