sábado, 9 de marzo de 2013

9 de marzo, Santa Catalina de Bolonia.



Etimológicamente significa “casta, pura”. 
Viene de la lengua griega. 
He aquí otra chica con inquietudes espirituales
a la que no le seducen los encantos y esplendores
de los palacios reales.
Efectivamente, era hija de una familia ilustre de Italia.
Vivía encantada con la princesa Margarita, hija de Nicolás
de Est, marqués de Ferrara.

Desde que naciera en el año 1413, y se fue haciendo
una joven muy guapa, notaba de día en día que su camino
no era la corte ni las riquezas.
A la temprana edad de los doce años buscaba con anhelo
en dónde ser mejor y hallar más pronto la perfección
a la que Dios nos llama a cada ser humano.
Una vez que la princesa Margarita contrajo matrimonio,
ella pudo respirar a pleno pulmón.
Se había quedado libre de toda atadura a la corte.
Llegó para ella el momento en el cual, aunque con muchas dificultades, se decidió por entrar en el convento de las Terciarias de san Francisco de Asís.
La dejaron entrar, y ella se sintió más feliz que nunca.

Al comenzar su vida de relaciones humanas con las hermanas, todas se quedaban contentas por su trato, sus atenciones personalizadas y por su grado de santidad y de bondad
que reflejaba su lindo rostro, imagen de su casta alma.
En el capítulo en el cual se elige a la madre abadesa, todas
las hermanas pensaron casi unánimemente que la mejor
sería Catalina. En este convento estuvo toda su vida,
hasta el año de su muerte que tuvo lugar en 1463.

Escribió muchos libros acerca de la piedad y de la vida
religiosa. Todo el mundo, fino y atento a las cosas del alma,
conoce su mejor libro titulado “Siete Armas Espirituales”.
Ella, en su sencillez y con las mejores intenciones, se lo dedicó
a todo aquel o aquella que sufra tentaciones.
El Papa Clemente VIII la inscribió en el martirologio incruento
y Benedicto XIII la llevó a la gloria de los altares.

Oremos

Concédenos, Señor, un conocimiento profundo
y un amor intenso a tu santo nombre, semejantes
a los que distes a Santa Catalina de Bolonia,
para que así, sirviéndote con sinceridad y lealtad,
a ejemplo suyo también nosotros te agrademos
con nuestra fe y con nuestras obras.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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