lunes, 10 de diciembre de 2012

Navidad: la falsa y la verdadera




La verdadera navidad sujeta la vida con los dos brazos como si se cargara a un niño

Las luces de la falsa Navidad nos ponen a gastar lo que no tenemos. Son aburridas, porque sólo iluminan artículos en venta.

La estrella de la Navidad es símbolo de la Luz verdadera que ilumina a todo hombre y a toda mujer que vienen a este mundo. Ella nos pone a caminar hacia lo importante. La estrella con ser tan seria, a veces se oculta, se niega a brillar sobre el palacio de Herodes y nos conduce hacia un pueblecito olvidado.

La falsa Navidad esconde la alegría mientras más la proclama, después, nos deja saqueados, resacados y vacíos. La Navidad verdadera celebra que Dios se revela escondiéndose en un niño frágil.

El derroche de la falsa Navidad divide: mientras unos despilfarran otros pasan hambre. La verdadera Navidad nos desafía con la generosidad de Dios que nos mueve a acercarnos para compartir.

Se acercan los pastores y los que no cuentan, los astrólogos ignorantes de la Sagrada Escritura, llegan los magos de lejos indagando y avergonzando la arrogante seguridad de los biblioblandientes.

La falsa Navidad regala interesadamente, “—yo ya te regalé, ahora regálame tú y quédate allá lejos—”. En la verdadera Navidad, descubrimos asombrados que Dios se nos regala en su Hijo y por eso regalamos y nos acercamos. Los sinceros, pobres, ricos y aspirantes, se abrazan en Navidad.

Para celebrar la falsa Navidad hay que alejarse del Señor, de la comunidad. La verdadera Navidad celebra que Dios se acerca tanto, que su cercanía en un niño nos queda grande.

Es falsa la Navidad que le canta al niño Jesús mientras se deshumaniza con excesos de bebida, comida e irrespeto violento. La Navidad verdadera nos pone a creer en la humanidad, porque hasta Dios cree en ella.

Los embaucadores de siempre usan la falsa Navidad para tapar los problemas, envolverlos en papel de regalo y tirárselos al año que viene, para que caigan del otro lado de enero, entre la Altagracia y Juan Pablo Duarte. Cantan, “Gloria a Dios en la alturas”, mientras dejan la tierra plagada de roturas.

Es verdadera la Navidad, porque naciendo, Jesús hizo suyos nuestros problemas. Dios anda con nosotros, para que nadie ande sin Dios.

La falsa Navidad está fabricada con risotadas que no logran acallar las preocupaciones, los abusos y los desafíos ignorados. La verdadera es suave, cuenta con los pequeños, valora las semillitas del Reino y agarra la vida con los dos brazos como si sujetara a un niño.

La Navidad mentirosa tiene mil voces viperinas que no aprendieron otra cosa que vender. La voz de la Navidad de Jesús tal vez nos llame como Juan, el Bautista, “raza de víboras,” pero nos anuncia un bautismo en el fuego del Espíritu, que le da la vuelta a los corazones y la historia.

Herodes reina en la falsa Navidad, esclavo de su castillo, de su frustrada seguridad egoísta y de su poder. Le hacen el juego los que citan la Escritura, presos de la Jerusalén soberbia.

Todos llevamos dentro un Belén abierto a la ternura. Ella permite reconocer la verdad del niño y el poder invencible de su sonrisa. Que en Navidad, al igual que los pastores, “de prisa, vayamos y veamos”.

Por Manuel Maza, S.J.

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