martes, 17 de julio de 2012

MARAVILLOSA REFLEXIÓN

Se dice de muchos países que están sentados en una mina de oro, y sin embargo, siguen siendo pobres.
No siempre la abundancia es señal de que la gente sea rica.
Algo parecido nos dice Jesús en el Evangelio de hoy.

Muchos milagros, pero poca conversión.
Muchos milagros, pero poca fe.
No todos tienen las mismas oportunidades para creer.
No todos tienen las mismas posibilidades para creer.
No todos tienen los mismos medios para ser verdaderos cristianos.
Tiro y Sidón no han visto tantos milagros.
Por eso tienen disculpa.

Hay lugares donde la presencia de la Iglesia está como saturada.
Hay lugares donde se acumulan las posibilidades de vivir la fe.
Hay lugares donde la gente se queja por gusto, teniendo todos los servicios a mano.
¿Será Roma el modelo de vida creyente en Jesús?
¡No será por falta de posibilidades!

Como también hay lugares:
Donde la presencia de la Iglesia es escasa.
Donde la presencia del sacerdote es mínima.
Donde las posibilidades de atención son reducidas al máximo.
Donde los servicios de la Iglesia están prácticamente ausentes.

Y la pregunta salta a la vista:
¿Hay una verdadera respuesta de fe según las posibilidades que tenemos?
¿No tendríamos que decir también nosotros que, si en otros lugares donde la presencia de la Iglesia es mínima, no habría una mejor respuesta que allí donde nos estorbamos unos a otros?

Una cosa es cierta:
A mayores posibilidades, mayores oportunidades.
A mayores posibilidades, mayores responsabilidades.
A mayores posibilidades, mayores exigencias.

¿Alguien podrá pedir más responsabilidades a quienes viven en la miseria, que a quienes lo tienen todo?
¿Alguien podrá exigir lo mismo a quienes carecen de todo que a quienes no carecen de nada?
¿Alguien podrá exigir lo mismo a quienes tienen una misa al año, que a quienes tienen ocho o diez misas cada domingo?
¿Alguien podrá exigir la misma moralidad a quienes viven marginados y apiñados en unas esteras, que a quienes disponen de grandes mansiones?

Yo sé los dones que el Señor ha derramado en mi vida.
No sé los que habrá derramado en la tuya.
Por eso no puedo sentirme superior a ti.
Tampoco puedo juzgarte.

Cada uno sabe lo que ha recibido y su propia responsabilidad.
Cada uno conoce las semillas sembradas.
Y cada uno es testigo de su propia siega

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