Descendía de padres
virtuosos, emparentados con la ilustre familia de Cardona. Su madre
murió antes de venir Ramón al mundo, y el niño vivió gracias a una
operación cesárea practicada con una daga de cazador sobre el cuerpo ya
muerto de su madre, por lo que se le llamó “nonato”, del latín non natus, que significa “no nacido”.
Desde muy temprana edad fue
devoto, humilde, manso, prudente, obediente a su padre, temeroso de Dios
cuidadoso de su conciencia, limpio en los pensamientos, modesto en su
porte, discreto en las palabras, como un ángel en su actuar y querido
por todos los que le conocían.
Su padre lo envió a Barcelona
para que cursara sus estudios, cultivara relaciones con gente
importante e hiciera carrera y fortuna. Pero Ramón dio muestras de
inclinarse a los asuntos de Dios y buscaba la amistad del padre Pedro
Nolasco, quien después vendría a ser el santo fundador de la orden de
los mercedarios. Como esto contrariaba sus planes, su padre le hizo
volver a Portell y lo puso al cuidado de ovejas en una finca de su
propiedad.
Mientras Ramón pastoreaba sus
rebaños por la seca y áspera Segarra, goza del silencio y el contacto
con la naturaleza, siente con más fuerza la llamada interior, habla sin
cesar con Dios, y siente crecer en su corazón un amor enorme por la Virgen María.
Otros pastores acusaron a
Ramón diciendo a su padre que abandonaba el rebaño por sus oraciones en
la ermita de San Nicolás y allí encontró a su hijo, orando... pero,
¿quién era aquel joven tan fuerte que cuidaba de las ovejas mientras su
hijo rezaba? Se dio cuenta de que el cielo acudía en favor de Ramón,
enviando a un ángel para ayudarle, y nunca más volvió a intervenir en el
llamado de Dios a su hijo.
Así, Ramón viajó a Barcelona y
se puso en manos de San Pedro Nolasco, el fundador de la Merced.
Creciendo siempre en el gozo de la virtud, cumplió el año del noviciado,
hizo solemne profesión y recibió las sagradas órdenes. La presencia del
joven fraile en el hospital de Santa Eulalia de Barcelona acrecentó su
fama de bondad entre propios y extraños.
La caridad de Cristo le urgía
a atender los dolores del prójimo y a ir a Argel, el principal mercado
de esclavos de África, para poner en práctica el cuarto voto mercedario
de la redención: “estar dispuestos a entregarse como rehenes y dar la
vida, si fuese necesario, por el cautivo en peligro de perder su fe”,
para ayudar a la salvación de las almas, en medio de enemigos, en la
esclavitud, en las mazmorras, en los mercados africanos de venta de
esclavos... para servir a Jesús hasta el martirio.
Designado por sus superiores
para ir en redención de los cautivos, la alegría de padecer por Cristo y
sus hermanos le inundaba. La Virgen le dijo: “como mi Hijo se sacrificó
en la cruz, así tú has de moler el grano de tu cuerpo en el suplicio y
en el dolor, y como Él es alimento y sostén en la Eucaristía, tú lo
serás también de tus hermanos”.
Su predicación no pasó
desapercibida: lo desnudaron y apalearon públicamente y se dice que,
para que no volviese a hablar, le perforaron los labios con un hierro
candente y se los cerraron con un candado, por espacio de ocho meses,
que solo le abrían una vez al día, para comer su ración de pan de
cebada. La Virgen, que le había asociado a Jesucristo en la tarea de
redimir y salvar a sus hermanos los esclavos, no le dejó sólo en este
martirio, sino que acudía a él para consolarle.
Los mercedarios lograron
reunir el dinero para su rescate y, cuando llegó a Argel, embarcaron a
Ramón hacia España. Ya en Barcelona, se le hizo un recibimiento como a
un héroe triunfal. Pero él, ignorando aplausos, cantos y alabanzas, se
abrió paso entre la gente que le aclamaba y corrió al sagrario de su
convento a echarse a los pies de Jesús.
La noticia de su caridad, de
su defensa de la fe, de su evangelización, de su labor redentora y de su
martirio, llegó a conocimiento del papa Gregorio IX, quien le creó
cardenal de la Santa Iglesia, sin que esto cambiara para nada su forma
de vida austera y sacrificada.
Cuando en agosto de 1240 se
dirigía a Roma, llamado por Gregorio IX, pasó por Cardona, para
despedirse del vizconde Ramón VI, de quien era confesor. Aquí lo
atacaron de pronto intensas fiebres que lo llevaron a la muerte. Pidió
el santo viático y, como no hubo quien se lo administrase, se dice que
el mismo Jesucristo, con un gran cortejo de ángeles, le dio el Santísimo
Sacramento de su Cuerpo y Sangre.
Al volver a la ermita, volvía
al regazo de la Virgen, después de dar al mundo un pregón de amores:
mariano, eucarístico y mercedario. Desde Portell su fama creció y por su
intercesión se obraron multitud de milagros. Urbano VIII aprobó su
culto inmemorial a 9 de mayo de 1626.
Contra la mentira pagana de
un vivir materialista y comodino, se levanta la verdad alta y divina de
la vida, santidad y milagros de San Ramón Nonato, flor amable del
santoral mercedario y gloria auténtica del jardín de la Iglesia
Católica. Al correr de los siglos, su figura fue exaltada por la
devoción de los fieles, por las letras y por las artes. Las fiestas que
aún hoy se celebran en su ermita de Portell concentran muchedumbres, no
sólo de los habitantes de la Segarra, sino de toda Cataluña.
Abundan sus cofradías, y uno
de los títulos que más popularidad le granjeó fue el de ser el abogado
de las mujeres parturientas, en recuerdo de su especial nacimiento.
También figura como patrono de las obras eucarísticas.
fuente: www.adorasi.com
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