"Por ser la Misa representación viva del sacrificio de la cruz, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos. El primer fin es el latreútico o de adoración o de alabanza a Dios... ", pero, además, son fines de la cruz y por tanto de la Misa, el segundo que es el fin eucarístico o de acción de gracias, y el tercero que es el fin propiciatorio o de pedir perdón, que según Trento se desdobla en dos ya que incluye el fin impetratorio o de pedir por nuestras necesidades, que algunos consideran el cuarto fin.
Providencialmente hoy, que celebramos esta Misa de acción de gracias a Dios todopoderoso, por todos los bienes recibidos de Él, como la creación, la existencia, la vida, el alma espiritual, el ser hijos de Dios, el poder vivir en libertad, la salud, la alegría, el sentido de la vida y del amor, el trabajo, la familia, la solidaridad, la comunión con los hermanos, los dones particulares, etc., tenemos que hablar del segundo fin que Cristo tuvo en la cruz y perpetúa en la Misa: el fin eucarístico o de acción de gracias.
Los hombres y mujeres necesitan dar gracias a Dios
La realidad primera de la historia del hombre es el don –presente, regalo, obsequio...– gratuito de Dios, sobreabundante y sin derogación. La acción de gracias es la respuesta a los dones de Dios. Es conciencia de los dones de Dios. Cuando un hombre no agradece los dones de Dios es porque, para ese hombre, los dones no son buenos. La acción de gracias es entusiasmo del alma maravillada por esta generosidad, es reconocimiento gozoso ante la grandeza divina. Es una reacción religiosa fundamental de la creatura que descubre, en una trepidación de gozo y de veneración, algo de Dios, de su grandeza y de su gloria, de su poder y de su sabiduría, de su hermosura y de su alegría. Es decir, publica la grandiosidad de las obras de Dios. Alabar a Dios es publicar sus grandezas; darle gracias es proclamar las maravillas que realiza y dar testimonio de las mismas.
Jesús nos dio ejemplo
Por ser Jesucristo la revelación y el don de la gracia perfecta, su persona es la revelación de la perfecta acción de gracias dadas al Padre en el Espíritu Santo. Toda su vida fue una perfecta acción de gracias al Padre y sólo Él es nuestra acción de gracias, como sólo Él es nuestra alabanza. Él es el que primero da gracias al Padre y por Él, con Él y en Él, nosotros.
Jesús nos dio ejemplo de oración de acción de gracias: «Los evangelistas han conservado las dos oraciones más explícitas de Cristo durante su ministerio. Cada una de ellas comienza precisamente con la acción de gracias. En la primera, Jesús confiesa al Padre, le da gracias y lo bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los que se creen doctos y los ha revelado a los “pequeños” (los pobres de las Bienaventuranzas). Su conmovedor ¡Sí, Padre! expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, que fue un eco del Fiat de su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al misterio de la voluntad del Padre (Ef 1,9).
La segunda oración nos la transmite san Juan, antes de la resurrección de Lázaro. La acción de gracias precede al acontecimiento: Padre, yo te doy gracias por haberme escuchado, lo que implica que el Padre escucha siempre su súplica; y Jesús añade a continuación: Yo sabía bien que tú siempre me escuchas, lo que implica que Jesús, por su parte, pide de una manera constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la oración de Jesús nos revela cómo pedir: antes de que lo pedido sea otorgado, Jesús se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones. El Dador es más precioso que el don otorgado, es el “tesoro”, y en Él está el corazón de su Hijo; el don se otorga como “por añadidura”».
Por eso la oración de acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia: «La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte cada vez más en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza.
Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de san Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre está presente en ella. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros (1 Tes 5,18). Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias (Col 4,2)».
Más de 60 veces se utiliza en el Nuevo Testamento una palabra casi desconocida en el Antiguo, en griego eucharisteo, eucharistia, lo que manifiesta la originalidad y la importancia de la acción de gracias cristiana, respuesta a la gracias (charis) dada por el Padre en Jesucristo.
La acción de gracias por excelencia.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad.
La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación. “Eucaristía” significa, ante todo, acción de gracias.
La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: El une los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en él».
La liturgia de la Misa nos dice de muchas maneras que es un sacrificio no sólo latreútico o de adoración y alabanza, sino, también, un sacrificio eucarístico o de acción de gracias. Todos los prefacios son acción de gracias (la cual se expresa sobre todo allí, en el prefacio) en la que el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la obra de la salvación o por alguno de sus aspectos particulares, según las variantes del día, fiesta o tiempo. Por ejemplo, los prefacios nos dicen: «Demos gracias al Señor, nuestro Dios», respondiendo el pueblo: «Es justo y necesario», y continúa el sacerdote: «En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Padre santo, siempre y en todo lugar... En verdad es justo darte gracias, y deber nuestro glorificarte... Te damos gracias...», (y expresiones semejantes); en el momento más importante, tanto el la consagración del pan como en el de la consagración del vino se dice: «...dando gracias...», o «...dándote gracias...», o «...te dió gracias...»; en la oración memorial: «...te damos gracias...», «...en esta acción de gracias...».
Así como es de ley natural que el hombre ofrezca sacrificios a Dios y lo adore, es de ley natural que al ofrecer el sacrificio le de gracias por los beneficios recibidos.
Y así instituyó la Misa Jesucristo
En los cuatro relatos de institución de la Eucaristía, aparece nuestro Señor dando gracias. Lo cual nos indica que, según la mente y el corazón del Señor, la oblación del sacrificio eucarístico va estrechamente unida a la acción de gracias «hasta el punto de ser ella la mismísima excelentísima expresión del agradecimiento que debemos expresar a Dios por los beneficios recibidos».
Por eso decía San Juan Crisóstomo: «Estos tremendos misterios, tan saludables que se celebran en cada una de las reuniones cristianas son llamados Eucaristía, porque son recordación de muchos beneficios, y nos hacen capaces sobre todo para dar gracias por ellos».
Es esencial al culto de Dios darle gracias por los beneficios recibidos. El don de valor infinito que se ofrece en la Misa, Jesucristo mismo, y el acto de amor infinito con que se ofrece, y nosotros con Cristo, unidos a Él en caridad, son la mejor acción de gracias.
Como enseña un autor: «En el sacrificio del altar, Jesucristo está animado de los mismos sentimientos de agradecimiento que lo abrazaron durante la pasión, en la santa Cena y sobre el Calvario. El don que Él presenta a su Padre por todos los beneficios dados al género humano es, como sobre la cruz, su Cuerpo nobilísimo y su Sangre preciosísima. La Santa Misa es, entonces, un sacrificio de acción de gracias excelente e infinitamente agradable a Dios, en compensación por todos los beneficios divinos de los cuales el cielo y la tierra están repletos. El mismo Jesucristo ofrece el sacrificio eucarístico para agradecer de nuevo por nosotros y suplir las imperfecciones de nuestro reconocimiento.
Mas nosotros lo ofrecemos también con Él y con el mismo objetivo: porque su sacrificio es el nuestro propio. Para Él nosotros hemos venido a ser ricos por rendir a Dios un don de una grandeza sin límites, en retorno de todos los bienes pasados y de dones excelentes que nos vienen de su gran liberalidad. Si nosotros mismos no podemos agradecerle de modo conveniente ni el menor beneficio, el santo sacrificio de la Misa, nos permite, él mismo, pagar todas nuestras deudas por muy grandes que ellas pudieran ser».
Queridos hermanos y hermanas:
Lo peor que nos podría pasar en estos tiempos de dificultades y penurias, es olvidarnos de agradecer a Dios, por tantos bienes que nos da, aún en medio de las dificultades, y aún las mismas dificultades.
Cuando dejamos de ver los bienes que recibimos, a raudales, todos los días, perdemos la alegría de vivir, el sentido de nuestro paso por esta tierra, la grandeza del fin último al que estamos llamados y caemos inexorablemente en distintas formas de tristeza y depresión, nos volvemos desconformes con todo, la vida cuenta poco, y hasta nos molesta la luz del sol.
Rendir culto a Dios, ofrecerle el sacrificio de adoración y de acción de gracias, es decir que uno reconoce que Él es bueno, que son buenas todas sus creaturas, que es bueno que uno viva y que la vida es buena, es afirmar la bondad de la existencia: y esa es la raíz profunda de la fiesta. Hoy día se busca todo lo contrario y, por tanto, los hombres y los pueblos se van olvidando de hacer verdadera fiesta.
Autor: P. Carlos M. Buela, VE | Fuente: Catholic.net
Sermón pronunciado por el p. Carlos M. Buela
No hay comentarios:
Publicar un comentario