Adorámoste, Jesús Sacramentado, y bendecímoste, que por la gracia de tu Corazón Divino estás redimiendo el mundo... Sálvanos en él, como lo prometiste a tu sierva Margarita María... sálvanos, te lo rogamos, por el amor de tu Madre Inmaculada...
(De rodillas, y con gran recogimiento interior, pedidle luz para conocer su Divino Corazón y gracia para amarle y darle gloria).
(Breve pausa)
(Lento y cortado)
Confidencia de Jesús. No me habéis elegido vosotros a Mí... Yo os he predestinado a vosotros y os he seleccionado entre millares para que participéis aquí, en Hora Santa y sublime de intimidad conmigo, de las confidencias, de las ternuras y de las gracias que os tengo reservadas en mi lastimado Corazón...
Acercaos, tendedme los brazos, arrancadme las espinas, brindadme consuelo..., pues desfallezco de amor y de amargura..., acercaos. ¡Oh he amado tanto..., tanto!... Si os encontráis aquí en la cena deliciosa de mi caridad, vecinos al Señor de los ángeles, sintiendo los ardores de mi Corazón... es porque os preferí gratuitamente... Vosotros sí que sois los míos..., habéis sido los siervos y sois, ahora, los hijos... Venid, pues, y comed conmigo, a la sombra de Getsemaní, el pan de mis dolores...
Necesito desahogar mi alma con vosotros, pues en ella hay tristezas que los ángeles no conocen, y lágrimas que no corren en el cielo... Siento ansias de hablaros en confidencia dolorosa, la más íntima... Que si no podéis penetrar todo el abismo de mis congojas, no importa; lleváis, como Yo, una fibra que solloza, y que, herida por la tempestad, gime con angustia... Los espíritus angélicos vienen a sostenerme en este huerto de la agonía...; pero vosotros estáis mucho más cerca que ellos del mar de mis quebrantos...; vosotros podéis beber mis lágrimas..., podéis endulzarlas, sufriendo mi pasión y mis dolores... Desentendeos, pues, del mundo, dejad su mentira y el recuerdo de sus devaneos, y aquí a mis plantas, condoleos con el Dios encarcelado, que quiere participaros amor doliente, amor crucificado..., aquel amor que, entre estremecimientos de agonía, dio la paz y dio la vida al mundo.
(Pausa)
El alma. Haz, Señor Jesús, que vea..., haz que saboree la hiel de tus tedios infinitos...; concédeme el favor de penetrar con fe vivísima en tu alma dolorida... Divino Agonizante, sé benigno y aunque soy un pecador, pon en esta Hora Santa el cáliz de Getsemaní en mis labios: dadme de beber en tu
Corazón... ¡“Sitio”, tengo sed de Ti, Jesús-Eucaristía!
(Breve pausa)
Voz del Sagrario. Vosotros me conocéis, hijitos míos, porque escucháis mis palabras de vida eterna... y al conocerme a Mí conocéis a mi Padre, pues Yo soy el camino que a Él conduce... Pero ¡ay!, pensad en que hay millones de hermanos vuestros, creados para adorarme, redimidos para bendecirme, y que levantan contra el cielo este grito de blasfemia: ¡“No hay Dios”!... Hasta mi trono de paz, hasta ese altar de mansedumbre, llega ese grito airado, eco de la rebeldía de Luzbel... Esos mismos que me niegan, viven de mi aliento y se agitan en el piélago de mi bondad, y, sin embargo, me proscriben de palabra, me rechazan en sus obras...
Yo, sólo Yo, no existo para ellos... Mi nombre los perturba, mi yugo suave los aterra, mi Calvario los irrita... ¡Me blasfeman!...
(Breve pausa)
¡Buscan la paz! ¿Qué paz puede sentir el que no adora, el que no espera, el que no me ama a Mí que soy la Vida?... ¡Ah!, y con qué tranquilidad prescinden de mi persona en todo, absolutamente en todo lo grande y lo pequeño de su vida... Yo no tengo parte en la ternura de sus madres, en el desvelo de sus padres, ni en el cariño de los hijos... Se me excluye en absoluto de las alegrías del hogar... No se me llama ni por un recuerdo vago, en sus duelos, al abrirse alguna tumba crudelísima... En sus empresas, en sus proyectos, en tantas incertidumbres y desgracias, me tienen relegado al más completo olvido... ¿Lo creeréis, amados míos? Yo, Creador y Redentor, no tengo en millares de almas la parte que en su corazón y pensamiento tienen los servidores, las avecillas y las flores de sus casas... ¡Así me paga el mundo el haberme entregado por su amor a la muerte, más que de Cruz, de Eucaristía!...
(Recemos en voz alta, con fe ardorosa, un Credo, en reparación solemne de la negación de Dios y de Jesucristo en que viven tantos infelices descreídos).
(Pausa)
Voz del Sagrario. Llevo hace siglos el corazón doliente y anegado en lágrimas; ¡ay, cuántas almas, cuyo precio fue mi sangre, se condenan!...
Destinadas a abrasarse en las llamas de mi amor, han caído ya, por millares, al abismo de otras llamas horrendas, vengadoras... ¡Y son mías!... Oídlas..., maldicen, desde lo profundo de su infierno, mi cuna de Belén, mi pobreza, primer llamado a los humanos... Maldicen esa Cruz, marcada con sangre en su conciencia... maldicen mi Iglesia, que les ofreció los tesoros de la redención... maldicen mi Eucaristía, desdeñada por ellos, que hubieran vivido eternamente,
si se hubieran alimentado con el pan de la inmortalidad, mi Corazón Sacramentado... ¡Ah, y cuántos de esos réprobos, estuvieron alguna y muchas veces, como estáis vosotros, a mis plantas!... ¡Y se perdieron!... Los llamé, corrí tras ellos, los estreché en mis brazos..., pero rompieron todas las cadenas..., eligieron el gozar por un instante, y después, llorar con llanto eterno... Y maldicen con eterna maldición... ¡Y fueron míos!... ¡Oh, dolor de los dolores!... ¡Cómo laceró, en Getsemaní, mi alma esa sentencia de reprobación irrevocable!... ¡Y fueron míos todos..., mías fueron esas legiones incontables de condenados al suplicio de una cólera infinita!... Los tuve aquí, sobre mi pecho, al borde del abismo de mi amante Corazón... y me los arrebató otro abismo..., y para siempre... y son hoy día lágrimas arrancadas para siempre a mis ojos... criaturas despedidas para siempre de mi reino... hijos desechados, por los siglos de los siglos, del hogar del cielo. Tras ellos se han cerrado las puertas de un infierno..., y ved, mi Corazón herido ha quedado abierto por fuerza de esa angustia inenarrable..., ha quedado abierto para que vosotros, que me amáis, tengáis en él una vida superabundante, un cielo..., una vida eterna...
(Breve pausa)
Voz del alma. Beso tus manos atravesadas, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a los consoladores de tu Corazón de las llamas del infierno...
Beso tus pies despedazados, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a los amigos de tu Corazón de una reprobación eterna...
Beso tu Costado abierto, Jesús, y por tu agonía del Huerto, libra a los apóstoles de tu Corazón del suplicio de maldecirte eternamente...
(Breve pausa)
Voz del Maestro. ¿Y sabéis por qué camino fácil se llega a la reprobación final?... Hiriendo mi Corazón con pecado de fea ingratitud..., abusando de la misericordia de este Dios, que es todo caridad.... Soy Jesús, esto es, Salvador...
Vine para los que tenían necesidad de medicina, de paz y fortaleza, y, sobre todo, para los que necesitan perdón..., misericordia..., y mucho amor. A esos enfermos les mostré la piscina de toda sanidad; mi Corazón, que lo absuelve todo... ¡Oh, y de esa ternura han abusado tantos!... Jamás negué el perdón a quien me lo pidió con humilde contrición, jamás... Por esto, porque mi bondad es infinita..., porque espero con paciencia inalterable al pródigo..., porque, a su regreso, olvido sus olvidos y hago fiestas para celebrar a la oveja que llega ensangrentada al redil de mis amores..., por esto, tantos colman la medida y se condenan en el abuso de la absolución que les otorgo... Deteneos, hijos míos, en la pendiente de ese camino, y llorad el extravío fatal de tantos hermanos vuestros que me hieren, porque soy Jesús dulcísimo con ellos...
(Pedidle perdón por el abuso de su misericordia, especialmente en los Sacramentos de Confesión y Eucaristía, diciéndole):
¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?
¿Qué sé yo, que Tú no me hayas enseñado?
¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado?
¿Qué merezco yo, si a Ti no estoy unido?...
Perdóname los yerros que contra Ti he cometido...
Pues me creaste, sin que lo mereciera.
Y me redimiste, sin que te lo pidiera...
Mucho hiciste en crearme,
Mucho en redimirme,
Y no serás menos poderoso en perdonarme,
Pues la mucha sangre que derramaste,
Y la acerba muerte que padeciste,
No fue por los ángeles que te alaban.
Sino por mí y demás pecadores que te ofenden...
Si te he negado, déjame reconocerte;
Si te he injuriado, déjame alabarte;
Si te he ofendido, déjame servirte,
Porque es más muerte que vida
La que no está empleada en tu santo servicio...
(Pausa)
Confidencia de Jesús. Tengo una amable confidencia que haceros todavía; recibidla con especial cariño, pues quiero hablaros de Mi Madre... Jamás estuvo ausente de mi Corazón, María..., y su nombre repercutía en él con especial ternura, en mis horas de soledad y de agonía... En Getsemaní, ¡oh! cuánto pensé en Ella... La vi llorar amargamente la muerte del Hijo y de los hijos..., y su dolor hizo desbordar el cáliz de mis amarguras... Atado a la columna, despedazaron mi carne, y al hacerlo, flagelaron también a la Virgen Inmaculada, que me dio esa carne pura, para ser hermano vuestro en su regazo... Y en ese mismo instante, mientras salpicaban los verdugos las paredes del calabozo con mi sangre..., vi, en el transcurso de las edades, el ultraje que harían a mi Madre, los que negarían su maternidad divina, ofendiendo al mismo tiempo al Hijo y a la Madre... Muchos otros pretenden adorarme, y la relegan a un glacial olvido, que hiere en lo más vivo mi
Corazón filial... María es vuestra..., amadla, hacedla amar... ¡Oh, dadme un gran consuelo en esta Hora Santa!: unid mis lágrimas a las de mi dulce Madre, al consolar mi entristecido Corazón.
(Pedid perdón al Señor Jesús por el dolor que le causan tantos católicos indiferentes con su Madre, tantos disidentes y protestantes que le rehúsan su amor y que menosprecian o niegan la dignidad y prerrogativas de la Virgen María).
(Breve pausa)
Y ahora, habladme vosotros, cuyos nombres tengo escritos en mi Divino Corazón...; habladme palabras que broten de lo más íntimo de vuestras almas, unidas a la mía por lazos de dolor y de cariño inmenso... Si tenéis tristezas, contádmelas...; si sentís el tedio de la vida, y al mismo tiempo el sobresalto de la muerte, decídmelo... ¡Oh!, habladme sobre todo de las santas ambiciones que sentías de verme consolado..., y luego de contemplarme, Rey de amor, por la misericordia de mi Sagrado Corazón...; hablad, que vuestro Dios escucha.
(Pausa)
El alma. Señor Jesús, en esta Hora Santa traemos a tus plantas una queja amabilísima. Nos presentamos cargados los hombros con tus mercedes, colmada el alma con tus favores, mientras Tú arrastras fatigado, agonizante, la Cruz de nuestras iniquidades... ¡Ah!, no es posible, Maestro, que para el culpable destines principalmente la deliciosa pesadumbre de tu largueza y el cáliz de tus ternuras..., y que reserves para Ti la hez de la agonía... y la hiel de los olvidos y de las perfidias incontables de la tierra... Comparte, pues, Jesús Sacramentado; comparte con nosotros en la Hora Santa todas tus tristezas, y aunque no lo merezcamos, acéptanos de Cireneos en la vía desolada, dolorosa, que conduce a la cima del Calvario... Desde luego, te agradecemos los sinsabores de la vida... No sólo los aceptamos resignados, en expiación justísima de tantas culpas propias y ajenas, no, Jesús: te bendecimos por las espinas que has hecho brotar en nuestro camino con fines de misericordia...
¡Ay!, no ignoras cómo se resiente nuestra naturaleza en los combates de la enfermedad... de la pobreza..., de la calumnia..., de la ingratitud..., de los olvidos..., del cansancio de la vida..., de la tristeza..., de las incertidumbres...
Estamos hablando con Jesús de Nazaret, Hermano nuestro, cuyo Corazón de carne, ¡oh, encantadora y divina flaqueza!..., se resintió con las debilidades de la miseria humana... Te bendecimos, Jesús, por aquellas decepciones que nos desapegan de las criaturas. Permites que nos acerquemos a ellas, esperas tantas veces que un afecto legítimo busque en ellas consuelo para el corazón..., energía y paz para el espíritu... Y luego, Tú mismo rompes esas ligaduras y desgarras esas almas..., exiges, con soberano imperio, un corazón entero...
¡Gracias, Jesús, por esas tus divinas y amables crueldades..., gracias! Y así como juegas con el corazón del hombre para santificarle, así también juegas, Dueño irresistible, con la salud de tus hijos..., y sacas de sus dolencias la santidad del alma, así también sabes trocar los quebrantos de la fortuna en manantial de fe; y, en ocasiones, del hambre y de la desgracia, sacas la resurrección y la vida... Bendito seas, mil y mil veces, Corazón providente, benigno, salvador, que, de nuestras grandes desolaciones, sabes producir efluvios de paz, dulzuras inefables y delicias de cielo...
Divino agonizante de Getsemaní, te bendecimos y alabamos por las tribulaciones y pruebas con que has querido hacernos participantes de las glorias de tu sangre...
Espinas del Corazón Sagrado de Jesús, formadme la corona que aprisione el mío...
Torturas y agonía del Corazón Sagrado de Jesús, apagad mi sed de amor terreno y de ventura...
Cruz bendita y llamas del Corazón Sagrado de Jesús, crucificad mi sensualidad y orgullo...
Herida sangrienta del Corazón Sagrado de Jesús, dadme entrada en ese Huerto de la agonía, del amor hermoso y de una sublime santidad.
(Pausa)
El anatema de justicia tremenda que te arranca tantas almas, atraviesa tu propio Corazón, Salvador amado..., y hiere también los nuestros, ansiosos de glorificarte, de ver santificado tu nombre y utilizada tu sangre en toda la redondez de la tierra...
¡Oh, quedaríamos felices aunque no arrebatáramos sino un alma al averno con nuestro clamor de desagravio, aquí, en la Hora Santa, para gloria de tu Corazón Sacramentado!... Recoge esa plegaria, Señor, y salva a tantos que están en peligro de perderse...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
(Todos en voz alta)
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los soberbios negadores que rechazan la existencia de un Dios, Creador del Cielo y de la tierra, y de todo cuanto existe... Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los infelices que niegan, Salvador amado, tu Encarnación maravillosa, que no quieren que Tú seas nuestro Hermano por naturaleza humana... Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que propagan estas negaciones y hacen de ellas bandera de combate, en contra de tu Evangelio y de tus derechos soberanos... Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que, seducidos por esas palabras tenebrosas apostatan de tu fe y reniegan de tu amor y de tu ley... Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que conspiran con rabia de infierno en la destrucción de las instituciones cristianas, y que han jurado derrocarte en la ruina de tu Iglesia...
Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que en odio a tu persona pretenden borrar tu Cruz de la conciencia del niño, del alma del pueblo y del hogar... Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que, con apariencia de luz y con delicadeza de formas pretenden, sin violencia, eliminar, Señor, tu persona divina de todas las actividades de la vida... Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
A los que por ignorancia lastimosa hacen caso omiso de tu palabra y viven tranquilos lejos del ambiente de la fe y de las insinuaciones de tu gracia... Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
Y, en fin, Jesús, a los millares de almas que, en lejanas tierras, viven, se agitan y duermen en sombras letales de paganismo, de herejía y de muerte... Conviértelos, Jesús, por tu Divino Corazón.
(Pausa)
Has querido confiarme, Jesús, el Corazón de la Virgen Madre a fin de reparar tus penas y las suyas por la ofensa de aquellos que pretenden ser cristianos y que rechazan tu última palabra a Juan en el Calvario: “Hijo, en ella, en María, ahí tienes a tu Madre...”. Señor, la acepto confundido y te ofrezco, en desagravio, los dolores, las penas, los llantos, las plegarias de todas las madres que te adoran en la tierra y que aclaman a María como Reina... Tú sabes, Maestro, qué caudal de amor y de sinceridad hay en sus almas de heroínas... Tú sabes cuánto valen, cómo oran, cómo aman, cuánto sufren... Jesús, por el recuerdo de María Inmaculada, por las lágrimas que Tú lloraste al verla llorar en tu ausencia, en las afrentas de tu pasión ignominiosa, escucha a las madres que redimen, padeciendo, a tus pies ensangrentados...
Míralas cómo piden, con fe ardorosa, la redención de sus hogares..., escucha cómo te aclaman Rey sobre la cuna de sus hijos, sobre el sepulcro de sus esposos... Ellas te piden, Señor, la victoria decisiva de tu Corazón...; en él confían todos los tesoros de su amor... ¡Ay!... ¡Son tantas las que temen por el porvenir cristiano de sus hijos!... ¡Son tantas las que padecen con ellos las tristes consecuencias de sus primeros extravíos!... ¡Son tantas las que ven, con ojos llorosos, que las diversiones mundanas, que las amistades y las lecturas peligrosas, amenazan las conciencias y tal vez la eterna salvación de los suyos! Tú les confiaste, adorable Nazareno, las almas del esposo y de los hijos, y ellas las depositaron, con amor, sobre el altar de tu Sagrado Corazón...
¡Oh, Jesús!... Acuérdate en esta Hora Santa de tu Madre, como te acordaste de ella en el Huerto de Getsemaní... y, en obsequio a sus ternuras, a sus virtudes y a sus dolores, salva el hogar, salva la familia... Señor; si una sola madre conmovió tu Corazón y obtuvo la resurrección de su hijo, ¡ay!, a pedido de tantas madres doloridas en esta hora omnipotente, santifica el santuario del hogar, que Tú ambicionas como Rey de amor...
(Pedídselo con fervor del alma).
(Pausa)
Tú mismo solicitaste, amable Prisionero del altar, la compañía consoladora de la Hora Santa... Tu caridad nos ha vencido; ya ves; hemos venido, dejándolo todo, todo, para reclamar, con santo apremio, el advenimiento de tu reino... ¿Qué esperas, Jesús, para vencer, cuando ésta es la hora de la misericordia y del poder irresistible de tu amor?... Antes, pues, de dejarte sumido en la suavísima penumbra de tu prisión sacramental, déjanos exclamar con grito de una caridad triunfante:
(Todos en voz alta)
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
1ª. Promesa. Pronto, Jesús, sí, reina, presto, antes que Satán y el mundo te arrebaten las conciencias y profanen, en tu ausencia, todos los estados de la vida...
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
2ª. Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz inalterable prometida a aquellos que te han recibido con Hosannas.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
3ª. No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen aflicciones y amarguras que Tú solo prometiste remediar.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
4ª. Ven, porque eres fuerte, Tú el Dios de las batallas de la vida, ven, mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance de la muerte.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
5ª. Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos; sólo Tú la inspiración y recompensa de todas las empresas.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
6ª. Y tus predilectos, quiero decir; los pecadores, no olvides que para ellos, sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
7ª. ¡Ay, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a quienes debes inflamar con esta admirable devoción!
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
8ª. “Aquí está la vida”, nos dijiste, mostrándonos tu pecho atravesado...; permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad a que aspiramos.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
9ª. Tu imagen, a pedido tuyo, ha sido entronizada en muchas casas...; en nombre de ellas te suplico sigas siendo, en todas, el Soberano muy amado.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
10ª. Pon palabras de fuego, persuasión irresistible, vencedora, en aquellos sacerdotes que te aman y que te predican, como Juan, tu apóstol regalado.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
11ª. Y a cuantos enseñen esta devoción sublime; a cuantos publiquen sus inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra vecina a aquélla en que tienes grabado el nombre de tu Madre.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos compartido tu agonía en la Hora Santa; por esta hora de consuelo, y por la Comunión de los Primeros Viernes, cumple con nosotros tu promesa infalible; te pedimos que en la hora decisiva de la muerte.
¡Venga a nos el reinado de tu amante Corazón!
(Pausa)
Señor Jesús, hemos podido velar una hora contigo en Getsemaní, y gustosos quedaríamos encadenados al Sagrario para siempre, si tu amor lo consintiera...
Nos vamos, llevando paz, consuelos, nueva vida... ¡Ah! Pero, sobre todo, nos despedimos con la satisfacción de haberte dado a ti, Maestro, alivio de caridad, desagravio de fe y reparación de amor, que reclamaste, entre sollozos, a tu confidente Margarita María... Atiende, pues, Señor Jesús, acoge manso y bueno nuestra última oración:
(Lento y cortado)
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la perseverancia de fe y de inocencia de los niños que comulgan..., sé su Amigo.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el consuelo de los padres del hogar cristiano..., sé su Vida.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el amor de la multitud que sufre, de los pobres que trabajan..., sé su Rey.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la dulcedumbre de los afligidos, de los tristes..., sé su Hermano.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé la fortaleza de los tentados, de los débiles..., sé su Victoria.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el fervor y la constancia de los tibios... sé su amor.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el celo ardiente y victorioso de tus apóstoles..., sé su Maestro.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé el centro de la vida militante de la Iglesia..., sé su lábaro triunfante.
Corazón agonizante de Jesús, triunfa..., y sé en la Eucaristía, la santidad y el cielo de las almas..., sé su paraíso de amor..., sé su Todo.
Y mientras llega el día eterno de cantar tus glorias, déjanos, dulcísimo Maestro, sufrir, amar y morir sobre la celestial herida del Costado, murmurando ahí, en la llaga de tu amante Corazón, esta palabra triunfadora:
¡Venga a nos tu reino!
(Pausa)
(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco veces)
¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Acto final de consagración
¡Oh, amantísimo Jesús! Yo quiero consagrarme a ti con todo el fervor de mi espíritu; sobre el ara santa de tu Corazón, en que te ofreces por mi amor, deposito todo mi ser; mi cuerpo, que respetaré como templo en que Tú habitas; mi alma, que cultivaré como jardín en que te recreas; mis sentidos, que guardaré como puertas de tentación; mis potencias, que abriré a las inspiraciones de tu gracia; mis pensamientos, que apartaré de las ilusiones del mundo; mis deseos, que pondré en la felicidad del Paraíso; mis virtudes, que florecerán al abrigo de tu protección; mis pasiones, que se someterán al yugo de tus mandamientos, y hasta mis pecados, que detestaré, mientras haya odio en mi pecho y que lloraré sin cesar mientras haya lágrimas en mis ojos. Mi corazón quiere desde hoy ser para siempre todo tuyo, así como Tú, ¡oh Corazón divino!, has querido ser siempre todo mío. Todo tuyo para siempre; no más culpas, ni más tibiezas... Yo te serviré por los que te ofenden; pensaré en ti, por los que te odian; rogaré, gemiré y me sacrificaré por todos los que te blasfeman. Tú, que penetras los corazones y sabes la sinceridad de mi deseo, comunícame aquella gracia que hace al débil omnipotente; dame el triunfo en las batallas de la tierra, y cíñeme después con la corona inmortal en las mansiones de la gloria... Pero que mi recompensa seas Tú, y mi Cielo eterno, la herida deliciosa de tu amable Corazón... ¡Venga a nos tu reino!...
IX El Reinado íntimo, familiar y social-nacional del Corazón de Jesús.
¿Hemos penetrado alguna vez por nuestra meditación en el significado profundo de la hermosísima fiesta de Epifanía?...
¡Oh, qué cuadro embelesador aquél; en una cuna pajiza tirita de frío el Rey de los cielos..., sostenido en los brazos de María, el más rico de sus tronos, sonríe dulcísimo y bendice amabilísimo, Aquél, cuyos dominios comprenden el Universo!
Se acercan ya los Reyes Magos... Han hecho una larga travesía, han salvado enormes distancias, pues vienen a cumplir con un deber imperioso: quieren reconocer de rodillas al gran Libertador, al Rey de reyes, al Conquistador, tanto tiempo esperado, de las almas, de las sociedades y de los pueblos, en la persona del Divino Infante...
Antes que los Magos del Oriente, ya el cielo mismo había aclamado con cantares de victoria la realeza de victoria de ese Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre... Y después de los ángeles, los dichosos pastores habían acudido a su vez para presentarle el homenaje por excelencia, el de su amor, besando con ternura sus pies divinos y estrechándolo sobre sus pechos con sencillo abandono....
No falta, pues, sino un trono, más regio por cierto que esa cuna miserable..., y también una púrpura, más espléndida aún que el manto de la Virgen- Madre...
Vedlo ya en su verdadero trono, por Él mismo elegido: ¡la Cruz!
Contempladlo, realzada ahí su hermosura celestial, levantado así por encima de todas las potestades de cielos y de tierra... ¡Qué hermoso, qué dominador, qué dulce este Rey, cubierto con la púrpura escarlata de su sangre preciosísima!...
No falta ahora sino la reproducción indispensable de una nueva Epifanía; aquella en que las almas y las naciones, herencia que su Padre le ha confiado, vengan a postrarse ante su altar, y reconociendo su Realeza Divina, se sometan a su imperio de luz, de paz, de misericordia y de amor...
Pero ¡qué!... Su Reinado ha comenzado ya hace veinte siglos y su victoria se ha extendido desde entonces como un piélago de luz esplendorosa y profunda... que ha penetrado la humanidad regenerada, y la ha informado de un alma nueva, de una hermosura divina... Esa victoria la va acentuando de día en día el Pentecostés permanente de la Iglesia, a medida que ésta arraiga
en la tierra la Soberanía del Señor Crucificado...
Pero he aquí que un acontecimiento sobrenatural viene dando, desde hace cosa de tres siglos, un impulso decisivo al carro victorioso del Rey de amor...
Un Pentecostés de fuego se ha levantado... parte de Paray-le-Monial y parece envolver ya y abrasar el mundo, transformando las almas y las sociedades... reanimando a los apóstoles..., confirmando las esperanzas y enardeciendo los anhelos de la Iglesia...
¡Oh, qué hermoso grito de victoria y de amor aquél que llena ya los ámbitos de la tierra, del uno al otro polo, grito de júbilo y plegaria de esperanza que dice: “Corazón divino de Jesús, venga a nos tu reino!”.
Ya viene, ¡oh, sí!, se acerca triunfante el Rey de amor... Mirad cómo ostenta sobre el pecho, enardecido por la caridad, su Corazón Divino como un Sol que siembra incendios en su carrera... Ved cómo avanza bendiciendo con dulzura... Ved cómo atrae, cómo llama con un gesto de ternura imperiosa, irresistible...
Y si dudáramos todavía que la hora de un triunfo divino parece acercarse, oíd trémulos de santa emoción, una palabra de Jesús, armonía que hace saltar de júbilo a sus apóstoles y amigos, a la vez que provoca el espanto entre los secuaces del infierno...
Jesús ha hablado, el Señor lo ha dicho, el Rey divino lo ha afirmado: “¡Yo quiero reinar por mi Sagrado Corazón y reinaré!...”. Transportados de gozo, respondamos nosotros esta tarde, en nombre de nuestros hogares, en nombre de nuestra patria, y haciendo eco a la voz de la Iglesia: “¡Hosanna al Hijo de María, al Rey de amor!...”.
(Todos)
(Dos veces)
¡Hosanna al Hijo de María, al Rey de amor!
¡Rogámoste, Jesús, que seas nuestro Rey!
(Todos)
(Dos veces)
Rogámoste, Jesús, que seas nuestro Rey!
¡Hosanna al Corazón de Cristo-Rey!
Estas aclamaciones, por sinceras que sean, no bastan... El corazón de Jesús reclama con derecho obras vivas de amor vivo que ratifiquen el Hosanna que resuena todavía clamoroso en el Sagrario...
“¡Cuántas veces, ¡ay!... recibiste, Señor, oraciones de labios... y después de la oración, la lanzada en tu Divino Corazón!”.
No una, sino mil veces, por desgracia, se ha reproducido el cambio sacrílego de decoración de Jerusalén, tu pueblo...
Ved: al cabo apenas de una semana, los himnos de victoria se trasforman en vocerío de cólera que pide su muerte...; y aquellas mismas manos que aplaudían con palmas y laureles, recogen con furor las piedras y luego los azotes...
(Con vehemencia)
“No así nosotros, Jesús, ¡oh!; no así, ¡Rey de reyes!... El agasajo de esta Hora Santa no será efímero como el del Domingo de Ramos...
Tú, Maestro adorable, que lees en el fondo de nuestras almas, sabes con qué lealtad y con cuánto ardor no sólo te amamos, sino que queremos a nuestra vez verte amado, extendiendo tu reinado en las almas y en la sociedad... Te lo decimos, Jesús, con el corazón en los labios.
Con este fin, Señor, te hemos pedido esta cita; con este único objeto nos hemos congregado ante este trono de gracia y de misericordia... Venimos, pues, a recabar las órdenes para el combate, resueltos como estamos a darlo todo, a sacrificarlo todo, con tal de entronizarte victorioso, preparando y precipitando la hora de tu reinado de amor...
¡Ah! La victoria será ciertamente nuestra; pues Tú, el Omnipotente, eres nuestro Prisionero..., más cautivo aún, si cabe, de tus amigos, que no lo fuiste en Getsemaní, de tus verdugos... Pero esta vez, Jesús amado no querrás, por cierto, renovar el milagro con que hace siglos escapaste de las manos de veleidosos entusiastas e interesados que, en beneficio propio, te querían proclamar su Rey... No así en esta Hora Santa, en la que tus servidores leales y tus apóstoles abnegados te aclaman Rey para tu propia gloria... ¡No romperás, pues, las cadenas de amor, Tú, el cautivo del amor!... Tu gloria que es la única nuestra... y tus intereses, nuestros solos intereses, te lo exigen, Dios de caridad... Manda, reina e impera aquí como Rey; díctanos tu voluntad, ya que son tantos los que de palabra y de obra niegan tu soberanía y tus derechos...
Algo y mucho hemos aprendido, ciertamente, por tu confidente y nuestra hermana Margarita María... Pero, ¿no querrás Tú mismo, Señor, mostrarnos... no fuera sino un destello de aquel Sol de tu Corazón, que le revelaste a ella?...
Tenemos hambre de conocerte mejor, de amarte y de hacerte amar... Danos, pues, si no todo el banquete de Paray-le-Monial, que no merecemos... ¡oh!... danos siquiera una migaja sabrosa, empapada en el cáliz de tu Corazón..., y que nos revele sus designios... sus misericordias y ternuras... Pruébanos una vez más que porque eres Jesús... que porque eres Rey de amor, eres espléndido como no lo fue jamás rey alguno de la tierra... Y ahora queremos oírte... Háblanos, Jesús”...
(Mucho recogimiento y silencio)
Voz de Jesús. “Quid dicunt de me?” “¿Qué dicen de mí?”... ¿Qué opinan los hombres de vuestro Maestro, hijos del alma?...
¿Pensáis que creen de veras en mi verdad y en mi justicia? ¿Pensáis que creen, sobre todo, en mi amor; que creen en él con fe inmensa?... Porque debéis saber, ante todo, amigos y apóstoles de mi Sagrado Corazón, que el primer reinado que quiero establecer es un reinado íntimo en la conquista de vuestros corazones... Sí, ahí... donde sólo yo puedo penetrar..., ahí quiero, ante todo, echar los fundamentos sólidos de mi soberanía divina...
Vuestro interior, ese debe ser mi Reino por excelencia... Reino todo él de luz, de claridad inefable, puesto que yo soy la luz bajada a la tierra..., a fin de que todo aquél que cree en Mí no ande en tinieblas...
(Lento y marcado)
Los hombres creen candorosa y firmemente en la sabiduría de los sabios y en la sinceridad de infelices intrigantes...
Creen en la amistad deleznable de las criaturas y en la lealtad del corazón humano...
Creen en las promesas y en las adulaciones engañosas e interesadas de los grandes...
Sí, creen fácilmente en la nobleza moral, en la rectitud y en la bondad de los hombres; siendo así que día a día sufren sorpresas y decepciones matadoras...
Cosa extraña, sangra todavía la herida abierta por la deslealtad humana, y en esa misma llaga, todavía fresca, reflorece, como por encanto, la fe, la confianza en otra criatura... ¡Así no creéis en Mí, vuestro Jesús!
¡Ah, qué proceder tan distinto observa el hombre conmigo, su Señor!... Yo, que me dejé herir para evitaros tantas heridas mortales... Yo, que soy el único amigo fiel y fidelísimo... Yo, que soy la verdad que no miente y la sabiduría que no engaña... Yo, el amor infinito de un Dios que jamás olvida... sí, Yo, que consentí en ser clavado a un patíbulo para aguardar en los umbrales de un
Paraíso al verdugo arrepentido..., ¡sólo Yo no encuentro aquella gran fe que debiera reconocerme como al Señor de las inteligencias y como al único Legislador de las conciencias!
Y, sin embargo, sólo Yo soy y seré, a través de los siglos, la luz indefectible, la única luz de los mortales...
¡Ah!... Si supierais cuánto anhelo obtener esta victoria de luz divina, de inmensa luz en vuestras almas, pobres de fe... ¡Oh, dadme esa victoria; ella no depende sino de vosotros! ¿Por qué motivos clarean tanto a veces las filas de aquellos que vienen con hambre de amor en busca mía al comulgatorio?...
¡Ah!... Yo los quisiera mil veces más numerosos; pero la falta de fe viva los aleja de mi sacrosanta Eucaristía...
¡Oh dolor!... La ignominia y también un respeto mal entendido, detienen a tantos por falta de fe en el camino que los llevará a mi Corazón...
¡Pobrecillos!... Sufren de sed y no vienen al manantial de aguas vivas, que soy Yo... ¡Qué distinto sería, hijitos míos, si creyerais con fe ardiente en mi amor!... ¡Ah! Entonces aquel temor infundado que agosta y esteriliza vuestro afecto y que lastima mi Divino Corazón, no sería capaz de deteneros cuando oís que os llamo....
¡Aumentad la luz del alma; creced en fe, amigos míos!... Si supierais quién es Aquel que os aguarda en este altar... Quien Aquel que os llama a grandes voces desde el Sagrario... ¡Oh, qué de secretos íntimos os revelaría, con qué fuerza de caridad abrasaría y transfiguraría vuestras almas pobrecitas, si os dejarais iluminar, arrastrar y penetrar por las claridades de una fe ardiente!...
¿Queréis embriagaros de mi hermosura?... ¿Deseáis embelesaros en las magnificencias de mi amor y de mi misericordia?
Dejadme, entonces, saturar de luz divina vuestras almas... Creed, ¡oh!, creed en Mí... Sí, creed en Mí, vosotros los hijos de mi Sagrado Corazón; pero no con una fe cualquiera; creed con una fe ardorosa... Creed, sobre todo, en el amor de mi adorable Corazón...
Y si de veras deseáis, como me lo decís, que Yo me establezca como Soberano en vuestras almas con una victoria de intimidad... pedidme, ante todo, que aumente el don de vuestra fe...
(Si de esta Hora Santa no sacáramos más provecho práctico que el de renovar nuestra fe tan lánguida, habríamos dado un gran paso para gloria del Sagrado Corazón... No olvidemos que uno de los mayores males de la época actual, no es tanto la incredulidad de los infelices negadores, cuanto la fe anémica, tímida, de los amigos del Señor... Pidamos esta gracia incomparable de una gran fe al Sagrado Corazón).
Las almas. Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: coloca tus manos creadoras sobre nuestros ojos nublados, y reanima nuestra fe. Manda como Rey de luz, Señor, y caerán deshechas las escamas que enfermaban nuestra vista sobrenatural... ¡Oh, haz que te veamos claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!
(Todos)
Reina aumentando en Ti nuestra fe.
Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en aquellas horas tan contadas de paz, de dicha tranquila y sabrosa...; en aquellas horas tan fugaces de sol, en las flores tan escasas de la vida... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina aumentando en Ti nuestra fe.
Luz de nuestras almas, Jesús muy amado, queremos verte y encontrarte en la amargura secreta de tantas y tantas penas que Tú sólo conoces..., en aquellas desolaciones del corazón que las criaturas no pueden ni comprender, ni menos endulzar... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina aumentando en Ti nuestra fe.
Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en aquellas luchas desesperadas, entre la naturaleza miserable y la conciencia..., entre nuestros devaneos y ambiciones y las crueles realidades de la vida... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina aumentando en Ti nuestra fe.
Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte sobrenaturalizando aquellas legítimas aspiraciones de bienestar que provienen del deseo de asegurar el porvenir temporal y cristiano de los nuestros... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina aumentando en Ti nuestra fe.
Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en aquellas horas de penosa incertidumbre, cuando el horizonte se oscurece y se presenta amenazante..., cuando el cielo y la tierra parecen olvidarnos... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina aumentando en Ti nuestra fe.
Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en todos aquellos innumerables sacrificios que el deber nos impone, y, sobre todo, cuando marcas el hogar que te ama, con la cruz de los pesares... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina aumentando en Ti nuestra fe.
Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en el problema delicado de nuestra vida interior de conciencia..., cuando por nuestro bien permites luchas, contrariedades y sinsabores que nos toman de sorpresa... ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!
Reina aumentando en Ti nuestra fe.
Señor, confesamos que Tú, y sólo Tú, eres el Camino, la Verdad y la Vida...
¿A quién acudiremos, cuando sólo Tú tienes palabras de vida eterna?...
Habiéndose encontrado, pues, Jesús en nuestro camino azaroso, te detenemos y nos abalanzamos a Ti exclamando: “¡Hijo de David, ten piedad de nosotros..., abre nuestros ojos..., haz en ellos la luz, una gran luz, para poder ver siempre y verte en todas las cosas, y reina aumentando en Ti nuestra fe!”.
Reina aumentando en Ti nuestra fe.
(Pausa)
Bajó un día el ángel del Señor a Nazaret, y anunció a María, la Reina de las vírgenes, que si consentía en ser la Madre del Mesías, éste reinaría, salvando a Israel y al mundo...
Pero el Cielo ponía como condición el que María aceptara previamente la construcción de un arca salvadora: ¡un hogar!... Y si daba su consentimiento, Ella, María, sería la Reina y la Virgen-Madre de ese hogar constituido, y desde ese trono dulce y formidable, el Hijo de Dios dominaría sobre la Casa de Jacob y sobre todas las razas redimidas...
No es éste el caso de hoy día. No es un ángel, sino el Rey de los ángeles, quien se presenta a nosotros ofreciéndonos una segunda redención en el Reinado social de su Divino Corazón... Ahí está muy clara y terminante la petición transmitida en su nombre por Margarita María.
Pero, como en Nazaret, el Rey del Paraíso exige siempre un arca, la misma; un trono vivo, el mismo. Quiere avasallar el mundo, reinando ante todo en el hogar, manantial y santuario de la vida.
Esta petición del Señor no es nueva... Sus designios no han cambiado desde que Él mismo construyó con mano creadora, la familia, con el fin de perpetuar la victoria del Calvario... Sí, los hogares son su creación, y constituyen su dominio... Pero, !ay!..., en cuántos de ellos es Jesús un desconocido... de cuántos de ellos se le ha desterrado... ¿Es de veras el Rey, o es de hecho un mendigo en millares de familias?
Vedlo recorrer el mundo golpeando a las puertas de los hogares... Y, en respuesta... aquí se le pregunta con altanería quién es... más allá se le increpa con insolencia, se le exigen credenciales... ¡Ah, y no faltan quienes lo despiden..., con aparente cortesía o con ultraje abierto, según los intereses mezquinos del momento!... ¡Ahí se realiza después de siglos aquellas palabras acerbas de San Juan: “Vino a sus dominios, y los suyos no quisieron reconocerlo!”.
¡Ah, si esas almas, si esos hogares supieran quién es Aquel que en hora de misericordia y de ventura llama a sus puertas... si conocieran a Aquel que al entrar les traería el tesoro, tan deseado y jamás encontrado, de la paz!...
¡Oh, cuántas maravillas realizaría ese Amigo-Rey si reinara con soberanía de amor en la vida interior de esos hogares!
Ahí, a dos pasos, nos está escuchando el Rey divino y desterrado...
Aprovechemos que calla, como si dormitara en el Sagrario, para meditar aquí a sus plantas un cuadro, hecho con la hermosura celestial de sus lágrimas y de sus sonrisas... Saboread toda la belleza y penetrad el significado de esta parábola, semejante a aquellas que el Maestro Divino contaba, despidiendo sobre la claridad en sus palabras arrobadoras.
(Con gran unción)
Escuchad: es plena noche..., y noche de crudo invierno... Una alfombra de nieve cubre el suelo, y sopla inclemente el cierzo helado... Hacia media noche, un Peregrino de incomparable hermosura, jadeante de fatiga, húmedo los cabellos, golpea suavemente a la puerta de una pobre cabaña...
Se le abre presto..., y al entrar bendice, diciendo: “¡Que mi paz sea con vosotros!”.
La armonía de esta voz sobrehumana despierta sin sobresalto, uno después de otro los pequeñitos del hogar... Se diría que una voz secreta y misteriosa los ha ido llamando dulcemente uno por uno... Vedlos, han acudido presurosos y están todos agrupados alrededor del misterioso Peregrino... Le han dado con afecto un asiento al lado de la lumbre...
Y, observándolo de más cerca los pequeñitos, “mirad, se dicen en voz queda, mirad qué ojos hermosísimos tiene este Señor..., pero se diría que ha llorado..., ¿verdad?..., y que lleva una pena grande dentro del pecho..., que le duele el Corazón...”.
Y los mayorcitos, después de un momento de silencio, hablando entre sí, observan con emoción: “Oh, qué bueno y qué tierno este Señor... Pero, ved: tiene lastimadas las manos, y la frente, muy herida...”.
El hermoso Peregrino despliega los labios... habla; y al hablar descubre poco a poco y revela todo un cielo... ¡Ah, y qué cielo!... ¡Todos, grandes y pequeños, sin decirlo, piensan, adivinan que ese cielo... lo lleva Él mismo dentro del pecho, y en su Corazón!...
Cosa extraña... Desde que ha entrado, una brisa de paz inefable embalsama ese hogar que se siente sobrecogido a la vez que mil veces dichoso... Y a medida que el Peregrino dulcísimo habla..., se olvidan y desvanecen, o, más bien, se suavizan todas las penas...; no se siente ya el frío glacial que soplaba cuando, hace un instante, pedía hospedaje... Toda su persona despide un suavísimo calor celestial..., y, por esto, en santo abandono, todos le cercan, pues, sin darse cuenta de ello, llevaban un hielo mortal en el alma...
¡Oh, confianza deliciosa! Sin que lo haya dicho, todos presienten, adivinan que ese Peregrino es un Rey... ¡Qué, lo saben..., y ni pequeños ni grandes temen su majestad! ¡Ah, no!... Los grandes no temen porque han sufrido, y este personaje atrae y consuela...; y los pequeños tampoco..., porque se sienten amados, porque son almas de lirio...
Pero a medida que habla..., ¡oh, cómo penetran suave y profundamente en las almas los ojos de ese Rey-Peregrino!... Ya lo ha visto todo de una mirada...; las heridas, frescas siempre en el corazón de aquellos padres... En la delicadeza exquisita de su Corazón no ha nombrado a los ausentes..., pero hace sentir que los conoce y ama a todos... Sí...; ha contado ya los vacíos en ese hermoso hogar... Ahí están los niños, los pequeñitos, pero no están todos...
¿Qué se hicieron..., dónde están los otros, los mayores?
¡Ay, la jaula de oro se ha ido despoblando!... ¡Y si no fuera sino esto sólo; pero no!... Otras penas, otros sinsabores más crueles aún han ido cercando de espinas esa casita que lo alberga con tanto cariño... Pero ya lo sabe todo el Peregrino misterioso... Y en el relámpago de una mirada profunda, deliciosa, les ha dicho que lo sabe... Sin más, ved; los padres han caído a sus pies, regándolos con lágrimas... Parecen guarecerse ahí, así como las avecitas, cuando sopla el huracán, buscan por instinto el abrigo del nido o de una roca...
Arroja entonces sobre ellos una mirada de inefable compasión, y dice: “¡No lloréis sin esperanza..., llorad, sí, pero llorad amando; llorad conmigo, pues Yo os conozco y os amo tanto!... Vuestros pesares y vuestras lágrimas me han traído a vuestro hogar!”.
Y cuando, desahogado el corazón, los consolados padres levantan la mirada..., ¿qué ven?... El divino Huésped llora también con ellos... Y a medida que esas lágrimas de amor humedecen la frente y los cabellos de los pequeñitos que, en silencio, se han arrojado sobre su Pecho, entre sus brazos... una calma indefinible..., una paz desconocida, enteramente nueva, inefable, parece cernirse sobre este hogar venturoso... Diríase que el cielo entero ha trasladado sus reales a ese rincón.
Un instante más y el Peregrino enjuga sus lágrimas para clavar con deliciosa sonrisa sus miradas de compasión infinita y amor inmenso en esa Betania tan sencilla y tan hermosa, oasis apacible de un Rey desterrado... Y sereno ya el rostro, radiante de hermosura, exclama con un tono de dulcísima tristeza: “Yo también tuve muchos hijos..., pero muchos de ellos me han olvidado y me han abandonado... Y aquí me tenéis, siempre de camino en busca de ellos, para ofrecerles mi perdón... Amigos del alma, sabed que la tempestad de hielo que azota esta noche allá fuera los campos, es benigna comparada con el huracán de dolor que estalla aquí dentro de mi afligido Corazón...”.
Y esto diciendo, muestra su Costado... ¡Oh, qué herida profunda la suya!...
Su túnica está todavía empapada en sangre. Está conmovido y calla...; pero un instante después continúa: “La acogida de amor que me habéis brindado sabré pagarla con esplendidez soberana..., porque, sabedlo, hijitos, ¡Yo soy Rey...!
Mas no temáis... ¡Oh, no, pues soy un Rey de amor!”.
(Lentamente y con pasión de amor)
“Y ahora acercaos más: quiero confiaros un secreto..., el secreto de mi Corazón: si queréis ser felices, ¡amadme!... Y por amor, confiádmelo todo, todo en este hogar... Confiadme tristezas y duelos de ayer..., incertidumbres y angustias del día de mañana... Confiadme estos pequeñitos, tesoro vuestro y mío..., y abandonadme la suerte temporal y eterna de los otros que no están aquí..., de los que se fueron... Grabad, pues, este secreto de paz inalterable; amadme, amad-me con inmenso amor”.
El rocío de esas palabras, que son al mismo tiempo luz y fuerza, enternecen y provocan un torrente de dichosas lágrimas, como no las lloró jamás ese sencillo hogar... ¡Oh, más que llanto es un himno de esperanza, un cántico de júbilo y de amor!... Corren todavía esas dichosas lágrimas y ya están todos a los pies del Peregrino; besándoselos conmovidos... Y alentados por esa mano que acaricia blandamente a los pequeñitos, éstos, y luego los padres, exclaman con vehemencia: “¡Danos tu nombre, oh, Rey de amor!... ¡Dinos quién eres!...” “Yo soy Jesús, el Hijo de María..., –les contesta con la voz, y con los brazos extendidos– venid, Yo soy vuestro Rey...”.
¡Oh, sí! –responde con un grito de alegría Betania toda entera–: eres nuestro Rey; pero... ¡quédate, convive con nosotros..., vive nuestra vida de hogar!...
¡Quédate, sé nuestro amigo!
(Pausa)
Si supierais cuánto desea el Señor que éste, más que un cuadro o una parábola, sea una dichosa y divina realidad en nuestros hogares... Durante esta Hora Santa está llamando a las puertas de vuestras casas..., golpea con insistencia de caridad, pues quiere entrar como Rey y os pide quedarse entre vosotros como amigo fiel.
Sí; más que nunca quiere reinar en los hogares con un reinado total y vivido, reinado íntimo y práctico... Antes de terminar este ejercicio quiere Él mismo haceros esta petición... Contestadle con una promesa tan solemne como leal y sincera...
Voz de Jesús. Heme aquí; me presento a vosotros como el Rey de mansedumbre que os trae en su corazón un tesoro de paz, y que viene a ofreceros su gloriosa amistad... Pero recordad que no podéis servir a la vez a dos amos opuestos... Yo, vuestro Señor, y el mundo no podemos sentarnos al banquete de vuestro amor... Decidme, pues, ¿cuál de los dos elegís como Rey de amor de la familia?
Las almas. Corazón de Jesús, Tú solo serás nuestro Rey.
Voz de Jesús. ¿Y quién será el amigo que participe de la vida de hogar?
Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.
Voz de Jesús. Es decir, ¿qué puedo entonces mandar como en mi casa e imponer mi ley a vuestro hogar?... ¿Me aceptáis, pues, entonces de veras como Rey?...
Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.
Voz de Jesús. ¿Y quién será el amigo íntimo a quien contéis las penas secretas y los sinsabores de familia?
Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.
Voz de Jesús. ¿Me reconocéis, por tanto, el derecho pleno de reclamar, según mi beneplácito, personas y bienes en vuestro hogar?... Y más aún, ¿aceptáis con amor que Yo mismo trace el derrotero en el porvenir de la familia?... Responded, pues: ¿seré Yo de veras el amo de la Casa?
Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.
Voz de Jesús. Y cuando por disposiciones de Mi Sabiduría os imponga la Ley del sufrimiento, ¿quién será en las horas de lucha el Amigo que aliente y el Consolador a quien llaméis llorando?
Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.
Voz de Jesús. Pero si me reconocéis como Rey, será preciso que ejerza mi Soberanía en vuestra casa... Y como todo en ella me interesa, ¿aceptáis que tome parte y que ordene como el Amo indiscutible, aun los detalles vulgares y menudos de vuestra vida cotidiana?...
Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.
Voz de Jesús. Pero no sólo porque, Rey y Señor, tengo ese derecho absoluto... Yo soy vuestro Jesús... ¿Queréis, pues que como amigo de ternura me interese en aquella vida fatigosa, ordinaria de cada día? ¿Seré Yo realmente el Amigo en la labor, en la alegría y en las penas del camino trillado de la vida de familia?...
Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno, sólo Tú, fiel Amigo de Betania.
Voz de Jesús. ¿Quedo, pues, entonces aceptado libremente como el Señor y el Consejero divino en las decisiones graves de familia, en aquellas horas negras en que las criaturas ingratas se desentiendan de vosotros?... ¿Me pedís que desde ahora reine e impere en vuestra casa con la misma libertad con que mando en las alturas de mi cielo?...
Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.
Voz de Jesús. Y, en fin, hijos queridos, en la hora de inevitables separaciones... Cuando la muerte, en alas de una enfermedad mortal e imprevista, venga a visitaros porque Yo la mando... decidme, ¿quién será entonces, en ese momento de suprema congoja, quién será el Amigo íntimo, el primero y el último de los Amigos en el hogar de mi Divino Corazón?...
Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel amigo de Betania.
(Y aquí una gran promesa: en toda ocasión de duelo, tribulación o alegría; como también en los aniversarios de dolor o de fiesta, renovad el homenaje de la familia al Corazón de Jesús, entronizado como Rey de amor y conviviendo vuestra vida como Amigo fiel y divino de Betania).
(Pausa)
Para que la victoria social del Corazón de Jesús sea en realidad espléndida y dé todos los resultados de gracia prometidos, es preciso que no se reduzca únicamente a una victoria parcial en la familia... Ello es mucho, pero no es todo... Procuremos que en día no lejano se le aclame Rey Divino de los pueblos... Trabajemos con denuedo en obtener para su bandera una victoria nacional...
¡Qué de veces durante la guerra europea oyó Jesús esta súplica!: “Dadnos pronto, Señor, la victoria que nos es debida en justicia, y confirma, Señor, con ella nuestros derechos...”.
Cuán contados fueron, por el contrario, los creyentes que, empleando el lenguaje de verdadera sabiduría cristiana, dijeron con humildad y de rodillas: “Señor Jesús, Rey desterrado en tantas sociedades. Rey ultrajado en tu soberanía, Rey coronado de espinas, otórganos pronto la gracia inmensa y salvadora de tu propia victoria... Corazón de Jesús, venga a nos tu reino... y lo demás dánoslo, cuando Tú quieras, por añadidura.
Vivimos, a la verdad, una hora providencial, la hora del Sagrado Corazón, Rey y Centro del Mundo Católico y de la Iglesia... A Él se tornan todas las miradas suplicantes, pidiéndole que salve tantas naciones minadas por la base... tantos pueblos en disolución y vecinos a la muerte... El único
Libertador será este Rey de amor, y si no, nuestra sociedad rodará al abismo...
Los grandes intereses, pues, de orden y de paz, de justicia y de felicidad de familias y naciones reclaman imperiosamente su Reinado Salvador...
Por desgracia, no razonan así muchos pueblos y gobernantes, que se diría coligados en contra de Cristo Señor nuestro; y que así cavan su propia tumba...
¡Qué de extraño que el mundo hierva en una agitación de horrenda turbación y se sienta más que desgraciado y herido de muerte, cuando los que le gobiernan han desterrado al Príncipe de paz y le tienen clavado a un patíbulo de ignominia... y si, condenando al ostracismo a Aquel que es la vida, llaman por ende a la muerte con su cortejo espantable de desgracias mortales!
La sociedad actual se siente agitada por una confusión que viene de lo hondo... Se está partiendo como la roca del Calvario porque, desgraciadamente, nuestra sociedad moderna es el Calvario vivo de un Dios desconocido y ultrajado... No hay para tanto mal sino un remedio, y es: que el mundo, como el Centurión, acepte de rodillas la realeza del Señor Crucificado..., que legisladores y pueblos acaten su Evangelio..., que grandes y pequeños bendigan su cetro de luz y de misericordia..., que hogares y pueblos beban la vida, una vida nueva, en el manantial de su Corazón Sacrosanto.
Por esto, no terminaremos la Hora Santa sin llamar en nuestro socorro a este Rey-Salvador... Le llamaremos a grandes voces, pues urge el que establezca su Reinado...
Pero ya que este Ejercicio es, ante todo, una plegaria de reparación solemne, acerquémonos con entero abandono al Rey de amor. Entronizado como Rey de dolor y de ignominia en el banquillo de los criminales por la obra sacrílega de la sociedad moderna... Postrémonos con un corazón dolorido ante ese Rey Crucificado, rindámosle el homenaje de adoración y de amor que le niegan tantos pueblos apóstatas... ¡Oremos con fervor!
Las almas. No quieras guardar para Ti solo, ¡oh, Rey de amor! el inmenso caudal de tus dolores... Dígnate mostrar a éstos, tus amigos, las cinco llagas de tu cuerpo lacerado...
El patíbulo no fue ayer, Señor, sigue siendo hoy día el trono sangriento y permanente en que te ha clavado la ingratitud de aquéllos a quienes prometiste, y para quienes conquistaste un Paraíso...
¡Oh, acércate, Jesús!, pues queremos, esta tarde, convertir en fuente de vida y en soles de gloria tus cinco llagas... Queremos convertir en sitial de honor, en trono de misericordia, tu Cruz... Queremos y pedimos que desde ella atraigas irresistiblemente a tu Sagrado Corazón la multitud de pueblos renegados...
¡Oh, sí! Permite que, llevados de la mano por María, Reina Dolorosa, nos acerquemos dolientes; y que aplicando nuestros labios a tus heridas deliciosas, pongamos en ellas el refrigerio de reparación generosa y de amor ardiente que Tú mismo pediste a tu Confidente Margarita María.
Adoremos la llaga de la mano derecha, abierta por la escuela sin Dios, y, besándola con un vivo amor, digamos tres veces:
(Todos)
Te amamos, Jesús, por aquellos que te odian.
Adoremos la llaga de la mano izquierda, abierta por la ley tan inicua como infame del divorcio, y, besándola con inmenso amor, digamos tres veces:
Te amamos, Jesús, por aquellos que te ultrajan.
Adoremos la llaga del pie derecho, abierta por el crimen que destruye el hogar cristiano y lo profana, y, besándola con amor, digamos tres veces:
Te amamos, Jesús, por aquellos que te azotan.
Adoremos la llaga del pie izquierdo, abierta por el delirio de legislaciones anticristianas, y, besándola con un inmenso amor, digamos tres veces:
Te amamos, Jesús, por aquellos que te traicionan.
Adoremos la llaga del Costado, constantemente perforado por los pecados de apostasía y de desconocimiento de la persona divina de Nuestro Señor, y, sobre todo, por el ultraje sangriento del jansenismo, pecado que se atreve a insultar la ternura y la misericordia infinitas del Corazón de Jesús... Besando con especial fervor esta herida, la más deliciosa, digamos tres veces:
Te amamos, Jesús, por aquellos que te desconocen.
(Pausa)
(Hagamos brevemente, pero en silencio, una reparación por los pecados de la patria y de sus gobernantes).
Las almas. Escucha ahora, Maestro adorable, nuestra última plegaria.
Olvida, Jesús, en obsequio a esta Hora Santa, el silencio de tantos Pilatos que, abusando del poder que les fue conferido para tu gloria, han pretendido sentenciarte a muerte... Perdona, Rey de amor, semejante extravío... Y en consideración a los justos, a tus amigos, salva a tantos pueblos desgraciados..., sálvalos en la conquista gloriosa de tu amor, y para calmar la tempestad.
¡Corazón de Jesús, extiende y afianza tu reinado social!
(Todos)
Corazón de Jesús, extiende y afianza tu reinado social.
Bien sabes, Señor, que son muchos los sanedristas, doctores y legisladores modernos que se han empeñado con tesón infernal en borrar tu nombre, en eliminar tu espíritu y en descartar tu persona divina de las instituciones sociales y públicas... ¡Ah, levántate victorioso, León de Judá, sal de tu Sagrario, Rey de Amor! Y para calmar la tempestad, ¡Corazón de Jesús, extiende y afianza tu reinado social!
Corazón de Jesús, extiende y afianza tu reinado social.
Animosos siempre los traidores de la raza de Judas, hace tiempo ya que han resuelto y que trabajan con rabia de infierno en destruir Nazaret, en arrasar, después de haberla profanado, en arrasar hasta los cimientos la ciudadela de la familia cristiana... ¡Oh, dulce y adorable Nazareno!, te pedimos por María, por Ella, tu Madre y la nuestra, que avances más victorioso que nunca en medio de la tormenta... Ven, Rey de amor, y cerniéndote triunfante sobre un mundo trastornado, avienta como un polvo despreciable los Judas y los sanedristas modernos; y para calmar la tempestad, ¡Corazón de Jesús, extiende y afianza tu reinado social!
(Todos)
(Tres veces)
Extiende y afianza tu reinado social.
Pon ahora, Rey de amor, atento oído y el Corazón a la plegaria de despedida de tus apóstoles y amigos:
Oración final
En presencia, ¡oh, Jesús!, de la Reina Inmaculada y de los ángeles que te adoran en esta Hostia Sacrosanta, a la faz del cielo y también de la tierra rebelde y mal agradecida, te reconocemos, Señor, como el único Soberano y Maestro y como la fuente única de toda autoridad, de toda belleza, de toda verdad y de toda virtud...
Por esto, de rodillas y en espíritu de reparación social, te decimos: no reconocemos un orden social sin Dios ni contra Dios; la base de todo orden social es tu Evangelio, Jesús.
(Todos)
La base de todo orden social es tu Evangelio, Jesús.
No reconocemos ninguna ley de verdadero progreso sin Dios ni contra Dios; la ley de todo progreso es la tuya, Jesús.
La ley de todo progreso es la tuya, Jesús.
No reconocemos las utopías de una civilización sin Dios ni contra Dios; el principio de toda civilización es tu Espíritu, Jesús.
El principio de toda civilización es tu Espíritu, Jesús.
No reconocemos una justicia sin Dios ni contra Dios; la justicia integral eres Tú mismo, Jesús.
La justicia integral eres Tú mismo, Jesús.
No reconocemos la noción de derecho sin Dios ni contra Dios; la fuente del derecho es tu Código inmutable, Jesús.
La fuente del derecho es tu Código inmutable, Jesús.
No reconocemos una libertad sin Dios ni contra Dios; el único libertador eres Tú mismo, Jesús.
El único libertador eres Tú mismo, Jesús.
No reconocemos una fraternidad sin Dios ni contra Dios; la única fraternidad es la tuya, Jesús.
La única fraternidad es la tuya, Jesús.
No reconocemos ninguna verdad sin Dios ni contra Dios; la verdad sustancial eres Tú mismo, Jesús.
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