POR MONTESIÓN HASTA LA CARIDAD:
GRAN PODER
Ahora empieza la incertidumbre. ¿Nombrará el Pregonero la nacarada tez de Guadalupe? ¡Correcto! Y su pañuelo, robado en prenda de bendición, como el de Gracia y Esperanza. ¿Dirá algo el pregonero de los vencejos que, cuando sale el misterio de las Siete Palabras de la Catedral, reciben la enseñanza de amor del Rey de Reyes desde la cruz? Aquí tenéis, cofrades carmesíes de mi afecto.
Hay preguntas insistentes en la Semana Santa. El niño del mayordomo, que le pregunta: ¿Nos vamos ya? La mujer del Diputado Mayor de Gobierno: ¿Hoy también Cabildo? El marido de la secretaria: Niña
¿una carta ahora? La novia del costalero, al volver de la igualá: ¿Otra más? El jartible cofrade sin radio en la oreja: ¿Va a salir? El chiquillo que pregunta en el Santo Entierro: ¿Ésta cuál es?. ¿Me dá cera, me dá cera, me dá cera?...
Y así muchas
Esas son las preguntas de la Semana Santa, preguntas de las cuales también se lleva una buena parte el pregonero. Y el pregonero, que intenta siempre tener clara una respuesta, enmudece cuando se le pone delante la filigrana hispalense de la que puede decirse su cofradía del Jueves Santo.
A medio camino, como estación inevitable, el Cristo de la Salud vuelve el rostro a la agonía, porque agoniza de muerte. ¡Cuántas preguntas allí resueltas! ¡Cuántas peticiones! ¡Cuántas veces la Salve de la Virgen del Rosario, Rosa Blanca de Pasión! Me vuelvo a rendir, a postrar, a entregar por completo. Aunque apabullado, me aseguro de que tanta grandeza me acompañe, y fortalezca mi empeño ante el atril. Que no falte
Que no falte la blancura
ni la malla ni el bullón.
Que no falte la finura
ni el pellizco en la amargura
de la Sagrada Oración.
Ni el cirio de los donantes,
ni el cáliz que no pasó.
Ni aquellas manos orantes
de varales elegantes
que Lecaroz se inventó.
Los apóstoles dormidos
ni el Jueves lleno de luz.
Ni los labios encendidos
sobre el jazmín coloridos
ni el arcángel con su cruz.
Ni el olivo ni el clavel
ni el lirio y la flor de cera.
Que no falte pinturera
atravesando el dintel
la cuadrilla costalera.
Capillera y vestidor,
Vizcaíno y fundadora,
y en su afán repicador,
las campanas y el rumor
del Rosario de la Aurora.
Y en la dulce evocación
de infinito Septenario,
sólo tu nombre, Rosario,
tu nombre en mi corazón.
Tu nombre como canción
que yo olvidar no podía.
Tu nombre de letanía,
Rosario de Montesión.
El Rosario, Evangelio rezado, me recuerda a todos esos Evangelistas de las esquinas de los pasos que siguen escribiendo Jirones de Azul. Como historiador del arte que sigue buscando nuevas oportunidades a pesar de la que está cayendo, me lanzo a las calles cuando aún me quema en las manos la cera de la Amargura.
Después de deleitarme con la Virgen del Rocío, la hermana de mi Simpecao del Cerro, la Niña de Pepe Aguilar, que tanto ha iluminado mi vida a través de sus hermanos, me alargaré al Museo con la tertulia con la que comparto momentos de la Semana Santa.
Con ellos disfruto el matemático arqueo de San Bernardo por el Puente a la ida, cuando comprende uno por qué el alivio de la Virgen del Refugio es como el de los niños que cesan de llorar cuando ven venir la cofradía jubilosa por el camino que abre la bulla, farol, bocina y cirios del cortejo de su, de mi Cristo de la Salud.
Cuando salga la Virgen de las Aguas, y de Campana a Catedral, entusiasme a los que contemplen el oficial paseo, esperaré por Cuna a la Vera+Cruz hasta que llore Tristezas, me encontraré en las Penas con Antonio Santiago (si yo fuera paso, él sería mi capataz), que me traerá a María en sus Dolores, y plantaré claveles rojos en el alma para ponerlos a sus pies.
Y volveré al Museo. Bajo una lluvia distinta (de flashes y de saetas), pasa una obra de arte catalogada y etiquetada, pero que siempre permite nuevas interpretaciones. El Crucificado cumple su papel y equilibra el espacio expositivo.
Van y vienen a su ritmo, cada uno al suyo, en peculiar contrapunto caminante. Cuando el Santísimo Cristo de la Expiración, comido por los claveles, ha entrado en su templo, se produce el prodigio del tiempo y del espacio. La calle es igual de larga que a la ida, el tiempo pasa igual de
pasa igual. Pero viéndola a Ella, viendo a la Virgen de las Aguas de vuelta, afinando el oído, decimos todos lo mismo
cada uno a su manera
¡Qué corta se hace la calle,
la calle de Alfonso XII!
¡Qué corta cuándo Ella pasa,
delirio de los balcones
y la Virgen como un barco
echa lastre en los relojes,
y se mece despacito,
porque los seises aromen
la bulla como de cuadro
donde todos se conocen
buscando entre los tesoros
tiaras que la coronen!
Bellver te sueña en su casa,
Murillo a pintar se pone,
y el Museo, estremecido,
busca un cómo, un cuándo, un dónde
adquirirte para siempre
sin préstamos ni cesiones.
¡Qué corta se hace la calle,
la calle de Alfonso XII!
¡Qué luz sobre la fachada
cuando ella a entrar se dispone!
¡Cómo se cambia la copla
de aquellos ojos pintores!
Al Museo de Sevilla
va el Lunes Santo la noche,
a pintar la maravilla
que en la capilla se expone,
novia de los pregoneros
de mis besos horizonte.
Una Virgen de Murillo,
blanca y azul sin colores,
carita de nazarena,
fin de las comparaciones.
¡Qué corta se hace la calle!
¡Qué corta para su porte!
¡La Reina vuelve al Museo
por la calle Alfonso XII!
No os mováis de Alfonso XII. Si queréis podemos quedarnos hasta en el Museo. Sí, por allí tiene que pasar también el protagonista de una historia escrita por la caridad. Por las estrecheces de vuelta, Jesús de la Cena, como en la multiplicación de los panes, nos repite Dadles vosotros de comer.
Nazarenos demandantes de Los Negritos, Ángeles celosos de su Fundación; comedor de Bellavista, digno del mejor galardón que ofrecérsele pueda a María; pan de Los Panaderos para el Comedor Social de San Juan de Dios, paredaño a la Iglesia-Hospital donde María es Guadalupe y Mar. Y el Pozo Santo, Sacramento y Raquel y su obra. Porque así las hermandades serán, como Pasión y Muerte, auténticas hermandades de Oración, Penitencia y Caridad. Y el protagonista de esta historia es un negrito que pidió de comer en una reunión en la que el mismo pregonero estaba presente.
Nadie fue capaz de alzar la mirada, ni para escucharlo siquiera. Pero en la mesa de al lado, alguien a quien no vimos la cara lo invitó a sentarse y le ofreció un plato de comida y amistad. Y en aquel instante, supe cómo traería al Pregón a Jesús del Gran Poder.
Porque él es como aquellos que conocimos en tiempos de abundancia y luego, al verlo hundido en la miseria, dejamos que pase a nuestro lado. No le aguantamos la mirada en el besamanos, a nuestra altura, y lo contemplamos fervientemente en su Madrugada. Se me apareció en aquel negrito necesitado.
Yo te encontré, Gran Poder,
en aquel hombre moreno,
tostado en sudor y cieno
que pedía de comer.
Te vi, mas no pude ver
aquel gesto suplicante.
Pero comprendí al instante
-qué bueno fuiste conmigo-
que fue tu rostro mendigo
el que se puso delante.
Yo dejé que fueran otros
los que dando el primer paso,
sentaran allí a aquel hombre
y compartieran su plato.
Y cuando no te miré
de repente trastornado,
dejé reseco tu monte
y tu altar y el relicario,
donde igual que a los sayones
diste al demente tu brazo.
Quizás si hubieras venido,
como vienes traspasando,
puñal morado, la noche,
toda Dolor y Traspaso,
quizás si te hubiera visto
poderoso y fuerte y alto,
vestido de majestad
con la túnica de cardos,
quizás te hubiera atendido
con un rezo o con un canto.
Yo te encontré, Gran Poder
y te ignoré abandonado,
pero me encuentro una estampa
en el suelo y la rescato
¿Si mis manos y mis pies
están para desgastarlos,
si el que pide está peor
que yo, que al fin voy tirando
?
¿De qué sirve, Gran Poder,
que me calle cada año,
cuando Gravina oscurece
y el Postigo entrecerramos,
y que no salga siquiera
ni un Padrenuestro a los labios?
¿De qué me sirve rezarte
si luego rezo y te engaño
y no le doy cada día
pan a los desheredados?
¡Que no! ¡Que no tengo suelto!
¡Que no! ¡Que no puedo dártelo!
Gran Poder de los hambrientos,
Gran Poder de los avaros,
Gran Poder de los que piden
echarse a la boca algo,
Gran Poder de los que sufren
con la tragedia del paro,
Jesús de los comedores
donde el vecino de al lado,
espera a que tú preguntes
qué problema están pasando.
No sé cuándo, Padre mío,
volveremos a encontrarnos,
carne viva, tu madera,
zancada viva, tú andando.
Yo iré como los mendigos,
quizás pasarás de largo.
y nosotros, Gran Poder
siquiera nos detengamos.
Déjame escucharte a ti
y atenderte y darte abrazos,
y mirarte en esos ojos
que lloran sin consolarlos.
Que no tema las heridas
ni rostros desfigurados,
ni cuerpos desvencijados
por el fragor de sus vidas.
Que no busque yo escondidas
calles para no encontrarte
y que no vuelva a ignorarte
Gran Poder de Dios hambriento.
Que seas vivo el monumento
donde venga a acompañarte.
Mi pan, tu pan y mi vino,
tu vino, y mi plato el tuyo.
Que antes lo mío sea suyo
y en ellos ser, mi destino.
Así no desencamino
mi compromiso cristiano.
Así no pierdo, así gano,
la crisis la lleva clara
¡No voy a volver la cara
cuando me tiendas tu mano!
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