Referente
a esta Novena, San Annibale M. di Francia, su confesor extraordinario,
revisor y censor de sus primeros 19 volúmenes y primer editor de algunos
escritos de Luisa, escribe en una carta:
“Al leer los 9 ejercicios de la Navidad se queda uno estupefacto por el inmenso Amor y por el inmenso sufrir de Nuestro Señor Jesucristo bendito por amor nuestro, para la salud de las almas. En ningún libro he leído, al respecto, una Revelación tan conmovedora y penetrante...”
Novena de la Navidad.[1]
En una novena de la santa Navidad, a la edad de diecisiete años, me preparé a esta festividad practicando diferentes actos de virtud y mortificación y especialmente honrando los nueve meses que Jesús estuvo en el seno materno con nueve horas de meditación al día, relativas siempre al misterio de la Encarnación.
Primera (Amor Trinitario)
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración antes de la meditación de cada día:
Señor mío Jesucristo, postrado ante tu Divina presencia, suplico a tu amorosísimo Corazón que me admitas a la meditación de los Excesos de tu Amor en el misterio de tu Encarnación. Dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento mientras medito el primer Exceso de tu amor. Y a ti Madre Inmaculada, te pido que me encierres en tu Corazón, y me hagas un pequeño lugar en tu seno materno para que pueda contemplar, comprender y acompañar a tu Hijo Jesús es este misterio, e imitándolos a Él y a Ti, deje reinar en mi la Voluntad Divina, como en el Cielo así en la tierra. Amén.
Meditación:
Como por ejemplo, en una hora me transportaba con el pensamiento al paraíso y me imaginaba a la Santísima Trinidad. Al Padre que enviaba al Hijo a la tierra, al Hijo que prontamente obedecía al Querer del Padre, y al Espíritu Santo que consentía. Mi mente se confundía al contemplar un misterio tan grande, un amor tan recíproco, tan fuerte y tan igual entre Ellos y hacia los hombres, y luego consideraba la ingratitud de los hombres y especialmente la mía...
Y en esta consideración hubiera permanecido no sólo una hora entera sino todo el día, pero una voz interna me decía: "Basta, ven y mira otros excesos más grandes de mi amor."
Al terminar la meditación:
Padre Nuestro, Ave María y Gloria. Por el triunfo del Reino de la Divina Voluntad y las intenciones del Santo Padre.
“Al leer los 9 ejercicios de la Navidad se queda uno estupefacto por el inmenso Amor y por el inmenso sufrir de Nuestro Señor Jesucristo bendito por amor nuestro, para la salud de las almas. En ningún libro he leído, al respecto, una Revelación tan conmovedora y penetrante...”
Novena de la Navidad.[1]
En una novena de la santa Navidad, a la edad de diecisiete años, me preparé a esta festividad practicando diferentes actos de virtud y mortificación y especialmente honrando los nueve meses que Jesús estuvo en el seno materno con nueve horas de meditación al día, relativas siempre al misterio de la Encarnación.
Primera (Amor Trinitario)
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Oración antes de la meditación de cada día:
Señor mío Jesucristo, postrado ante tu Divina presencia, suplico a tu amorosísimo Corazón que me admitas a la meditación de los Excesos de tu Amor en el misterio de tu Encarnación. Dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento mientras medito el primer Exceso de tu amor. Y a ti Madre Inmaculada, te pido que me encierres en tu Corazón, y me hagas un pequeño lugar en tu seno materno para que pueda contemplar, comprender y acompañar a tu Hijo Jesús es este misterio, e imitándolos a Él y a Ti, deje reinar en mi la Voluntad Divina, como en el Cielo así en la tierra. Amén.
Meditación:
Como por ejemplo, en una hora me transportaba con el pensamiento al paraíso y me imaginaba a la Santísima Trinidad. Al Padre que enviaba al Hijo a la tierra, al Hijo que prontamente obedecía al Querer del Padre, y al Espíritu Santo que consentía. Mi mente se confundía al contemplar un misterio tan grande, un amor tan recíproco, tan fuerte y tan igual entre Ellos y hacia los hombres, y luego consideraba la ingratitud de los hombres y especialmente la mía...
Y en esta consideración hubiera permanecido no sólo una hora entera sino todo el día, pero una voz interna me decía: "Basta, ven y mira otros excesos más grandes de mi amor."
Al terminar la meditación:
Padre Nuestro, Ave María y Gloria. Por el triunfo del Reino de la Divina Voluntad y las intenciones del Santo Padre.
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