jueves, 27 de septiembre de 2012
COMO ORAR?
Escuchemos a Jesús que nos enseña a orar: “Aprendan a orar de mi con humildad, con confianza, con sumisión y con perseverancia! Contémplenme en el huerto mientras estoy en oración.
Oh, cuán agradable fue esta oración, cuanto más que venía pronunciada no en un momento de alegría y de conforto, sino en la hora tenebrosa de la agonía, en la vigilia de mi pasión y muerte!
Es bello orar, cuando les colmo de gracia y de favores; sin embargo, es generoso y heroico orar cuando les parece que todo conjura en contra de Ustedes, cuando el cielo les parece cerrado, cuando no les hago sentir mi amor. Yo oraba en medio de una mortal agonía, mientras la visión de la pasión me martirizaba, mientras los discípulos me abandonaban y Judas me traicionaba. Aprendan también ustedes a orar en la hora oscura de su vida! El valor de una oración no depende principalmente de la cantidad de las palabras, sino de la intensidad del amor; y el amor cuando es grande y fuerte, no utiliza tantas palabras… una mirada amorosa hacia Mí, una protesta de amor, un gozar de mi presencia, un escuchar mis enseñanzas, un hablar de Mí…. Todo esto es oración, simple, sin embargo, verdadera oración. Oré con perseverancia.
Mi oración en el Huerto parecía que quedaba sin respuesta del cielo; pero no me descorazoné. Repetí una segunda y una tercera vez el gemido, hasta que el Padre me envió un ángel a consolarme. Qué lección para Ustedes, que tantas veces, con sus novenas, le colocan a Dios unas condiciones para que les escuche.
Admiren entre todo, la humildad de mi oración. Del Hijo de Dios Encarnado, yacía por tierra, como un pobre gusano, y tocaba el polvo con la frente. No osaba alzar la mirada al cielo, no recordaba al Padre los infinitos méritos, sino me presentaba a Él, aplastado por la abundancia de sus pecados, no pretendía, sino pedía humildemente: “Padre, si es posible…” como si yo no mereciese ser escuchado.
Ustedes en cambio, tantas veces, se ponen en oración, así como llenos de sí mismos, como si por sus méritos tuviesen el derecho de pretender la gracia que piden. Cuánta ceguera les aporta su amor propio! No deben por tanto, maravillarse si sus tantas oraciones no han sido y no serán escuchadas.
P. Don Pascualino Fusco.- Libro: Preghiere di liberazione dal Maligno.
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