Algunos objetores han dicho: Es cierto que Jesucristo fue un personaje singular y único en la historia humana, y que la tenacidad y empeño con que los primeros discípulos suyos sostuvieron que le habían visto resucitado, hace pensar que algo extraordinario ocurrió en Israel en los días de Augusto y de Tiberio; pero lo que no puedo comprender es por qué
Jesucristo tuviera que morir como sustituto por nuestros pecados.
¨ Qué tienen que ver mis errores y pecados con la muerte de un justo a quien acusaron falsamente los Judíos, y mataron injustamente los romanos hace casi dos mil años? La respuesta es que si Jesucristo hubiese sido solamente un hombre bueno, su muerte vendría a ser como la de otros mártires de la injusticia humana, pero es muy diferente el caso si era el Santo de Dios, el Verbo eterno que existía con Dios desde la eternidad y se hizo hombre para enseñar y redimir a los hombres. El declaró serlo y sus hechos prodigiosos, al par que su carácter y enseñanzas, confirman tal declaración.
Otras personas objetan: Si el Supremo Legislador del Universo se proponía ser benigno con los pecadores de nuestra raza bien podía perdonar a quien quisiera sin que mediara redención alguna. Por qué ha de intervenir en la reconciliación del hombre con su Hacedor el acto desagradable del sacrificio de un inocente en lugar de los culpables?
El notable escritor norteamericano antiguo librepensador, autor del libro “Filosofía del plan de la salvación”, lo explica con el siguiente ejemplo: “La gran ley que rige los movimientos de los planetas podría expresarse como de atracción al sol y de mutua atracción entre ellos mismos.
Ahora bien, si un planeta saliera de su órbita alrededor del sol, tendería a abandonarla para siempre y no podría jamás ser restaurado, a no ser que el sol, el gran centro de nuestro sistema planetario, le siguiese en su extravío y aumentando su poder de atracción al aproximarse más al planeta errante, le hiciese volver (atrayéndole hacia sí) a su primitiva órbita. Es sólo un ejemplo, ya que la ciencia nos ha demostrado que el sol no es un Dios, como pensaban los antiguos, sino un astro en ignición como decían nuestros padres, o en proceso de desintegración nuclear, como decimos nosotros.
Pero nosotros entendemos que detrás del sol y de todos los demás astros del Universo, debe haber un Dios espiritual, un Ser Supremo dotado de inteligencia y voluntad, y en El sí que cabe la iniciativa y la buena voluntad, o sea, el arflor, hacia sus criaturas morales, y el ejemplo del filósofo puede aplicarse perfectamente en el terreno espiritual.
La gran ley del mundo espiritual es muy semejante a la ley física de atracción e inter atracción de las estrellas y los planetas: Jesús la condensó en estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu entendimiento, y a tu prójimo como a ti mismo”.
Siguiendo esta ilustración, podemos venir a decir que la atracción que debería unir el alma a Dios y a sus semejantes fue rota por el pecado, y el ser humano impelido por su egoísmo, dando vueltas solamente sobre su propio centro, choca en su carrera con los otros seres morales, o sea, con sus prójimos, sobre la tierra. Se cruzan las órbitas de los respectivos intereses al girar todos igualmente errantes, lejos del centro de vida y amor, el único que podía imprimirles un movimiento de conjunto armónico y feliz.
¿Cómo podía ser en tal caso retrotraído el hombre a su antigua órbita moral?
Un solo medio había y era éste: que el mismo Creador se aproximara a él, y atrayendo sus afectos por alguna prueba extraordinaria de su misericordia, volviera ganar SU amor, confianza y obediencia de un modo tan absoluto, que el hombre, movido por aquella benevolencia de parte de su Creador, no quisiera vivir ya egoístamente para sí, sino para honrar a quien le amó, cumpliendo la buena voluntad del Padre celestial en su relación con sus prójimos hermanos.
Esto es lo que creemos los cristianos haber tenido lugar en la persona y la obra redentora de Cristo.
¿Por qué debía Jesús venir a sufrir y morir por nosotros? Porque si Dios concediese el perdón al pecador sin exigir más requisito que solicitarlo, el pecado se convertiría en un hecho trivial, nadie temería sus consecuencias, y el gobierno moral del Universo sería imposible. Conceder un indulto amplio a criminales, sin vindicar la ley, ni mostrar lo justo e inflexible de sus exigencias, y sin hacer nada para cambiar la actitud de los ofensores, sería un grave error de táctica en cualquier gobernante humano. ¡Cuánto más en el Supremo Legislador del Universo!
Se cuenta el caso de cierto juez que tenía que sentenciar a un amigo de su infancia y por razones sentimentales de antigua amistad estaba muy inclinado a perdonarle, pero como juez la ley le obligaba a condenarle. ¿Qué hizo? Condenó a su amigo a pagar la multa que la ley exigía, aunque sabía que era pobre y tendría que pagarla con cárcel; pero antes de abandonar la sala, el mismo juez había pagado con su propio dinero la sanción impuesta. De este modo, la ley quedaba cumplida, nadie podía acusarle de imparcialidad o injusticia, pero su amigo podía ser libre.
Hay un adagio que dice que “Lo que nada cuesta, nada se aprecia”. Si el sacarle del apuro no le hubiese costado nada al juez, el reo habría pensado: “Como tengo tan buen amigo en el juzgado, puedo volver a faltar cuanto me plazca, pues nada me ocurrirá”; pero al recordar el sacrificio de su amigo se sentía impulsado a decirse: “No, no voy a perjudicarle otra vez”, y se abstenía de caer bajo la sanción de la ley.
He aquí un ejemplo de lo que se propuso Dios al enviar al Verbo eterno en forma de hombre, a su Hijo amado al mundo, permitiéndole morir de una muerte cruel para expiar nuestras culpas.
Cuanto más elevada fuera la multa satisfecha por el juez, tanto mayor sería el afecto y la gratitud del hombre librado del castigo que merecía por el gesto benevolente de su buen amigo el magistrado, ¿no es verdad? Pues bien, este es el caso del sacrificio de nuestro Señor Jesucristo a nuestro favor.
El apóstol Juan declara: “Nosotros le amamos a El porque El nos amó primero”. Los verdaderos cristianos son simplemente un conjunto de seres humanos atraídos y unidos de nuevo a Dios en virtud del amor que Jesucristo demostró por ellos.
No somos grupos de fanáticos religiosos, como generalmente piensa el mundo acerca de los cristianos verdaderos.
No somos ni más ni menos que grupos diversos de almas agradecidas que pensando razonablemente acerca de los misterios de la vida y sobre todo del gran secreto del amor de Dios manifestado en la obra redentora de Jesucristo a nuestro favor, no podemos por menos que mostrarle un mínimo de amor y gratitud.
Otros han hecho a través de los siglos muchísimo más que nosotros; pero sentimos que lo mínimo que podemos hacer por nuestra parte es mostrarnos como personas agradecidas y ello ha de reflejarse no sólo en nuestros cultos y demás actos devocionales, en nuestras oraciones y cánticos de alabanza, sino también en la vida y en la conducta.
Jesucristo dijo: “Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar”, y añadió también: “Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario